Del silencio nace el abismo,
un eco dormido en la penumbra,
un susurro que no despierta
pero se agita en el aire inmóvil.
Es allí, en ese vacío tembloroso,
donde la palabra extiende sus alas,
rompiendo la quietud como un rayo,
iluminando lo que antes era sombra.
El silencio no es ausencia,
es el vientre que gesta la voz,
es la raíz que nutre el verbo
y el lienzo donde el alma escribe.
Y la palabra, con su paso firme,
rescata del mutismo los latidos,
les da forma, les da un rostro,
y los convierte en eternidad.
Entre el silencio y la palabra
danza la vida, un vaivén eterno,
como el mar que calla en la calma
y ruge cuando encuentra al viento.
Ambos son hilos del mismo tejido,
unidos por la esencia del ser,
pues en el silencio yace la palabra
y en la palabra, el eco del ayer.