Al cúspide sutil del alma que se eleva,
donde el fulgor etéreo del cosmos se avecina,
mi espíritu, al calor de la llama divina,
desnuda su mortal prisión que ya se ciega.
Del yugo terrenal la sombra que me niega,
se disolverá al fin en luz que me ilumina,
y en cántico sereno, la voz que predestina,
me guiará al edén que mi esencia despliega.
Cual loto que se abre al beso de la aurora,
mi ser hallará paz en la cima infinita,
un eco del abismo que nunca se evapora.
Oh senda celestial, misterio que gravita,
en tu fulgor dorado mi alma se enamora,
y el tiempo se deshace; mi sed se marchita.