En el silencio de la noche oscura,
me pregunto con angustia en el pecho,
cómo enmendar los pliegues del destino,
cómo sanar lo que no desgarré yo.
¿Cómo devuelvo la sonrisa rota
de aquel rostro que nunca conocí?
¿Cómo reparo el eco de las palabras
que no pronuncié y aún retumban aquí?
Las huellas que no dejé en el camino,
las lágrimas que en otros ojos cayeron,
los sueños desvanecidos, no por mi mano,
pero aquí están, en mi regazo, esperando.
Soy guardián de lo que no he quebrado,
custodio de las promesas que no hice.
A veces la vida nos pide arreglos,
de relojes que nunca hemos tocado.
Y quizás la respuesta no reside
en buscar culpables o en entender,
sino en ofrecer un puerto seguro,
donde lo ajeno puede, al fin, sanar.
Así, con manos suaves y corazón abierto,
me atrevo a coser las grietas del mundo,
con hilos de empatía y de esperanza,
con la certeza de que, en dar, nos encontramos.
Porque aunque no rompí el vaso caído,
puedo ser quien barra los cristales.
Y en cada fragmento recogido,
tal vez descubra un poco más de mí.