Ciudad enferma
Las calles respiran un humo espeso,
una niebla sucia de promesas rotas.
Los hombres caminan con los ojos bajos,
con la fatiga tatuada en la espalda.
Los bares murmuran historias sin nombre,
un tango desafinado entre vasos vacíos.
Allí, la esperanza es un perro flaco
que ladra en la puerta de un almacén cerrado.
El asfalto guarda la huella del miedo,
pisadas que no llegan a ningún destino.
En las esquinas, los relojes se oxidan,
el tiempo se ha vuelto un lujo extranjero.
Hay cuerpos que se funden con la rutina,
sombras que fuman su última moneda.
Y la noche cae como un techo rajado,
dejando entrar la lluvia y la desesperanza.
En esta ciudad,
la dignidad se vende a plazos,
se esconde detrás de persianas gastadas,
se ahoga en un colectivo sin rumbo.
Pero aún, en algún rincón perdido,
un niño dibuja con tiza en la vereda,
como si el futuro pudiera escribirse
en líneas torcidas, en colores prestados.
