Bajo un cielo de seda bordado en luz,
el cerezo desnuda su alma en pétalos,
lágrimas rosadas que el viento besa
y lleva al río como secretos de abril.
Sus ramas son manos que abrazan el aire,
pinceles suaves que pintan el alba,
mientras su sombra, efímera y callada,
teje en la tierra un eco de estrellas caídas.
Es un suspiro del tiempo, un latido fugaz,
un poema que el sol escribe en sus hojas,
y al caer, cada flor murmura su adiós,
como si la eternidad la rozara al partir.
Oh, cerezo en flor,
eres belleza que duele y se quiebra,
un espejo donde el alma ve su final
y, aun así, desea danzar contigo
en el baile eterno de lo efímero.