Las hojas se han vuelto pájaros secos,
y el viento, con su boca de otoño,
las arrastra como cartas sin destino.
Camino entre sombras que no saben mi nombre,
piso charcos donde el cielo se disuelve
y en cada reflejo—
un ayer,
un quizá,
un nunca.
Te busco en las esquinas del frío,
en los abrigos sin dueño,
en la niebla que borra los rostros
como el tiempo borra las promesas.
La tarde es un susurro en los cristales,
una canción que nadie escucha,
un roce de escarcha en la piel del mundo.
Y yo,
que aún guardo un sol dormido en las manos,
me dejo envolver por este casi invierno
con la misma ternura
con la que se acepta un adiós.