En labios de la sombra florece la palabra,
portando un universo de lágrimas y ardor.
La voz, como un latido, su íntima luz labra,
y el alma se diluye en hálitos de amor.
Las sílabas palpitan, temblor de lo indecible,
y en cada una mora un eco de existir.
La lengua es un abismo que nombra lo imposible,
y arrastra en su torrente la fuerza de sentir.
El verbo, cual estigma de gloria y de tristeza,
se aferra a las cenizas de un tiempo ya fugaz.
Es llama que susurra dolor y fortaleza,
es grito en el vacío, es fuego en el compás.
El lenguaje se alza cual templo en el abismo,
donde todo el humano se atreve a descifrar
los gestos de la vida, su mágico heroísmo,
y el llanto que en palabras aprende a perdurar.