De aquel sereno monte, solitario,
donde el silencio crece en sus confines,
hallé mi alma en su rincón precario.
La luna tiñe sombras en jardines,
y el aire, leve, danza entre las hojas,
como el susurro eterno de afines.
Dijéronme las aves, tan sonrojas,
que en sus trinos se guarda el viejo eco,
de vidas que en su vuelo se despojan.
El río baja lento y yo, reseco,
escucho entre las rocas su lamento,
cual tiempo que no vuelve al mismo hueco.
Caminos sin final, en fiel tormento,
me guían hacia el vasto pensamiento:
¿es vida o ilusión lo que sustento?