En la ciudad de los vivos,
Un cronista se paseaba,
Con su pluma y sus motivos,
A la Muerte nunca temía.
“¡Oh, Huesuda!”, le decía,
“Mis crónicas son eternas,
De políticos y alegrías,
De luchas y de historias tiernas.”
La Muerte, con risa irónica,
Le contestó con desdén:
“Tu pluma es solo una broma,
Hoy el final es también.”
Y en la crónica fría,
Se detuvo su narrar,
La Muerte, con gran alegría,
Al cronista fue a atrapar.
Ahora en la calle lo escuchas,
Sus relatos, ecos de vida,
Entre calaveras y luchas,
Su voz nunca se olvida.