Dichoso aquel que, en su tranquila morada,
vive en paz, alejado de la guerra,
y con sus manos cultiva la tierra sagrada
que da frutos sin prisas ni fúlgidas guerras.
No ansía oro ni riquezas que deslumbran,
ni en palacios busca la gloria que engaña,
pues sabe que el verdadero bien no se alumbra
en lujos que se desvanecen como la caña.
Con su familia y amigos cercanos,
goza de la vida en su calma interior,
sin que el ruido del mundo le haga insanos
los días que pasan en su propio fervor.
Dichoso aquel que ha encontrado en su ser
la paz que otros buscan, sin saber ver.