Asunción, rubia esmeralda radiante,
que al cielo se mudó con gracia y calma,
dejando en tierra un rastro deslumbrante,
un eco de su luz en nuestra alma.
Sus ojos, reflejo de mares lejanos,
nos guiaron con firmeza y dulzura,
y aunque hoy sus pasos ya no son humanos,
su espíritu nos brinda su ternura.
En el cielo su risa es melodía,
un canto eterno de amor y esperanza,
y en nuestros corazones, cada día,
vive Asunción, nuestra guía y balanza.
Su belleza florece en cada aurora,
como un jardín de estrellas en el cielo,
y en cada flor que el viento enamora,
percibimos su eterno desvelo.
Deja un legado de amor y pureza,
un faro que ilumina nuestro andar,
y aunque su ausencia llene de tristeza,
su memoria nos sigue al despertar.