Las torres de la bruma, en su fulgor,
remansan la tristeza de la arcilla;
el mármol de la tarde se arrodilla
bajo un sol que enmudece su esplendor.
Los vientos, que en la piedra dan rumor,
dibujan su alfabeto en la semilla;
y un ave, cuyo vuelo es maravilla,
desgarra del crepúsculo el temblor.
Quizá la luz cifrada de la hiedra
revele lo indecible de tu rastro:
un eco de montaña, un río ciego.
Mas todo lo que calla y lo que medra
conspira con la sombra de su astro
para encender en mí su ardor manchego.