Andando en divina luz
Voy caminando en la luz que no se apaga,
esa claridad que nace desde adentro,
como un río sereno que lleva el cielo en sus aguas,
y en cada paso, el alma se hace viento.
La sombra pierde su voz ante el resplandor,
y el miedo se disuelve como niebla en la aurora.
La senda se abre sin promesas ni atajos,
solo un presente eterno que todo lo colma.
Cada árbol es un canto, cada piedra una lección,
la tierra palpita al ritmo del universo,
y el aire trae el murmullo sagrado,
como si Dios hablara en cada susurro disperso.
Mis pasos son plegarias sin palabras,
huellas leves en la arena del tiempo.
No hay destino que me espere, solo el andar,
como si el camino fuera el verdadero templo.
El corazón se despoja de su peso,
se vuelve luz que aprende a danzar,
y en esa danza, el alma descubre
que es una chispa eterna en el vasto amar.
No hay separación entre lo que es y lo divino,
el Todo vibra en cada mirada sencilla,
y en la humildad del instante vivo
se revela el rostro de la maravilla.
Camino, no hacia el fin, sino en la claridad,
y en cada latido entiendo la verdad profunda:
no somos más que luz prestada al tiempo,
un reflejo breve en la eternidad rotunda.
Este poema busca transmitir una experiencia espiritual de comunión con la luz divina, donde cada paso en el camino es una forma de conexión con lo sagrado. La percepción del tiempo y del yo se diluyen en la plenitud del momento presente, revelando una paz profunda que trasciende la dualidad entre lo humano y lo divino.
