En el podio se erige, cual princesa,
Alondra de la Parra, maestra excelsa.
Sus manos, como pájaros en el vuelo,
Guían la orquesta con armonioso anhelo.
La batuta se torna una varita mágica,
Invocando melodías, una súplica trágica.
De Mozart a Mahler, su pasión trasciende,
Un lienzo musical que el alma comprende.
Sus gestos precisos, un ballet sutil,
Hacen danzar los sonidos, un halo sutil.
El allegro vivace, un ímpetu ardiente,
El adagio solemne, un susurro conmovedor.
Maestra de la música, embajadora del arte,
Alondra de la Parra, un faro que no se aparta.
Su batuta resuena, un eco resonante,
Un canto a la belleza, un himno vibrante.