Un velo danza en el aire,
de hilo oscuro, de penumbra,
y en su sombra se deshace
el canto que nunca alumbra.
Las estrellas, fugitivas,
se esconden tras los abismos,
y la brisa, compasiva,
intenta borrar los signos.
Un murmullo entrecortado
sacude la piel del suelo,
como un eco desgarrado
que se pierde entre los cielos.
El perfume de lo ausente
se enreda en la madrugada,
y el tiempo, siempre impaciente,
devora lo que no es nada.
Hay un llanto silencioso
que la luna no mitiga,
y un abismo tembloroso
que en cada alma se abriga.