Dos luceros despiertan en la noche serena,
como el oro que danza sobre un río sutil,
sus miradas perfuman con encanto febril,
y el alma que los sigue en su fulgor se enajena.
De almendra son sus formas, su dulzura plena
y en su brillo infinito, tan tierno y juvenil,
cautivan como el canto de un amor inmovil,
dejando en quien los mira una huella de pena.
Son espejos profundos, de un sueño revestidos,
que acarician la vida con destellos de amor,
y en cada parpadeo se esconden los latidos.
En ellos duerme el tiempo con suave claridad,
y quien los ha encontrado ya conoce el dolor
de perderse en sus aguas sin tregua ni piedad.
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A unos ojos almendrados
Dos luceros se encienden en la noche callada,
sus destellos cautivan como un sueño sutil,
en la sombra más honda son un faro febril
y en sus aguas profundas el alma es naufragada.
Ojos de miel serena y de luna velada,
que en su brillo reflejan un misterio infantil,
como un canto que embriaga, perfumado y gentil,
dejando en quien los mira su esencia enamorada.
Almirantes del viento, de luz siempre vestidos,
son espejos del tiempo, ventanas del amor,
que dibujan en fuego caricias sin olvido.
Son templo y universo, lumbre arrebatadora,
donde el silencio habla con delicado ardor,
y quien en ellos queda, se pierde y se enamora.