Escucha, dulce azucena,
la brisa que va y te nombra,
su canto cubre tu sombra
con un velo de alma plena.
Te busca, flor tan serena,
en el alba que despierta,
donde la luz se hace incierta
si en su fulgor no te halla,
pues eres llama y batalla,
belleza pura y desierta.
El viento besa tu frente,
con manos de tibio arrullo,
y en su vaivén el murmullo
se vuelve un eco insistente.
Es canto que, suavemente,
te envuelve con su cariño,
pues sabe que en su destino
pronto su soplo termina,
y en tu perfume adivina
su eterno sueño de niño.
Mas sabe, flor, que el instante
que exhala vida en tu aliento,
se lleva su mismo cuento
como un suspiro distante.
Que el tiempo nunca es constante,
pues nace y muere el rocío,
y aun en su leve extravío
se aferra a tu piel divina,
como el río que camina
hacia un mar frío y vacío.
Así que escucha, mi estrella,
del viento el hondo lamento,
es un abrazo sediento
de tu hermosura tan bella.
Que el aire, en su voz más bella,
te dice que aunque se va,
en su fuga quedará
por siempre en tu suave aroma,
porque al partir deja en coma
todo lo que amó y se irá.