Josefina, amor de trigo y de albor,
luz que en mis sombras siembra calor.
Tu risa es un río de aguas eternas,
tus manos, palomas de blancas ternas.
Eres el surco donde planto el alma,
donde mi sangre florece en calma.
Cuando la guerra me arranca el pecho,
es tu mirada mi dulce techo.
Los días oscuros no apagan tu estrella,
sigues brillando, pura y bella.
Aunque la muerte me cierre el paso,
en cada verso te dejo un abrazo.
Si en la distancia mi voz se apaga,
léeme al alba, bajo tu enramada.
Porque mi amor no conoce olvido,
vive en el viento, eterno y herido.