1
Te saludan:
los árboles y las banderas triunfales,
los pájaros y los ríos del pueblo,
las ágiles canciones del pionero,
las películas a colores y las fotografías.
Ludmila te sonríe desde el fondo
de su impecable belleza de soberbia señora.
Marina y Boris, Leonid Kosmatov,
Tania y Susana me preguntan por tus ojos.
Y yo les digo que miren al cielo
y solamente escuchen
metales y maderas del heraldo del día
y a todas horas de la ciudad sin horas.
Te da la mano la estrella roja
en el jardín que sueña con la estrella
que es la madre de todas las estrellas.
Te cubre de besos el alto surtidor
y los puentes se inclinan a mi paso
que es tu paso de pequeño gigante,
de capitán que duerme su milagro
de haber nacido al día bajo una tarde.
Te saludan los negros ferrocarriles
y los anchos aviones, y la paloma de la paz
se acoge a tu presencia de varón
que acaba de llegar del otro territorio.
2
Estoy apenas comenzando a vivirte de lejos,
al lado de tu madre y de tus jóvenes hermanas,
y cuando cierro los ojos hay una luz
que te ilumina de la dulce cabeza
a los pequeños pies mil veces besados.
Pues he venido hasta acá para tenerte
más cerca y más estrechamente amado,
como se ama al vino y se ama
a la flor que todos los días, como una amante,
acompaña mis sueños, misterios y palabras.
Desde antes de nacer, cuando apenas brillabas
como una lágrima y yo andaba como loco
por las orillas de los ríos y las ciudades
de Norteamérica, y las negras
me expulsaban de sus barrios y de sus casas,
cuando sólo eras
el gran Telémaco que buscaba a su padre,
yo pensaba en hacer este viaje desesperado
y caer muerto a los pies del mar
y beber con la boca del alma el coral de Lisboa
y sentarme a la sombra de un castaño
y escuchar cómo pasa como si nada el Sena
y mirar desde arriba el curso del Rin
y caer por fin atravesado el pensamiento
por una aguja gótica en la ciudad de Praga.
¿Yo lo pensaba entonces o es que lo pienso ahora,
mientras Gabriel Figueroa duerme, arcangélico,
y por toda la ciudad irrumpe el himno diario?
3
No importa. Porque entontes, ahora,
cayeron las campanas desde las altas nubes
y en un paseo a lo largo de nuestra soledad
he visto para ti nuevos emblemas:
un poema de Goethe, el memorial de Schiller,
Smétana dorado sobre el verde
y cien niños desnudos a sus plantas,
Beethoven que se inclina
—diabólico y feroz como la música
del principio del mundo—
y la danza del río que no termina nunca.
Y de nuevo los árboles
y otra vez el triunfo de las anchas banderas.
Y los pájaros se asoman a vernos
y huyen como pequeños poseídos.
¿No son pequeños pájaros enloquecidos
estas breves palabras que te envío
a través de las tierras y a través
del Atlántico?
Recíbelos, bésalos, tócalos
y entrégales la magia de tu mejor sonrisa.
Yo estoy como caído, mejor,
como abrasado por una suave llama.
La llama en que te pienso a todas horas,
enlre el himno de madera y metales
de la ciudad sin horas.