Rubén Darío

Recreaciones arqueológicas: I. Friso

Cabe una fresca viña de corinto
Que verde techo presta al simulacro
Del Dios viril, que artífice de Atenas
En intacto pentélico labrara,
Un día alegre, al deslumbrar el mundo
La harmonía del carro de la Aurora,
Y en tanto que arrullaban sus ternezas
Dos nevadas palomas venusinas
Sobre rosal purpúreo y pintoresco,
Como Olímpica flor de gracia llena,
Vi el bello rostro de la rubia Eunice.
No más gallarda se encamina al templo
Canéfora gentil, ni más riente
Llega la musa a quien favor prodiga
El divino Sminteo, que mi amada
Al tender hacia mí sus tersos brazos.
 
Era la hora del supremo triunfo
Concedido a mis lágrimas y ofrendas
Por el poder de la celeste Cipris,
Y era el ritmo potente de mi sangre
Verso de fuego que al propicio numen
Cantaba ardiente de la vida el himno.
Cuando mi boca en los bermejos labios
De mi princesa de cabellos de oro
Licor bebía que afrentara al néctar,
Por el sendero de fragantes mirtos
Que guía al blanco pórtico del templo,
Súbitas voces nuestras ansias turban.
 
Lírica procesión al viento esparce
Los cánticos rituales de Dionisio,
El evohé de las triunfales fiestas,
La algazara que enciende con su risa
La impúber tropa de saltantes niños,
Y el vivo son de músicas sonoras
Que anima el coro de bacantes ebrias.
En el concurso báquico el primero,
Regando rosas y tejiendo danzas,
Garrido infante, de Eros por hermoso
Emulo y par, risueño aparecía.
Y de él en pos de las ménades ardientes,
Al aire el busto en que su pompa erigen
Pomas ebúrneas; en la mano el sistro,
Y las curvas caderas mal veladas
Por las flotantes, desceñidas ropas,
Alzaban sus cabezas que en consorcio
Circundaban la flor de Citerea
Y el pámpano fragante de las viñas.
Aun me parece que mis ojos tornan
Al cuadro lleno de color y fuerza:
Dos robustos mancebos que los cabos
De cadenas metálicas empuñan,
Y cuyo porte y músculos de Ares
Divinos dones son, pintada fiera
Que felino pezón nutrió en Hircania,
Con gesto heroico entre la turba rigen;
Y otros dos un leopaldo cuyo cuello
Gracias de Flora ciñen y perfuman
Y cuyos ojos en las anchas cuencas
De furia henchidos sanguinosos giran.
Pétalos y uvas el sendero alfombran,
Y desde el campo azul do el Sagitario
De coruscantes flechas resplandece,
Las urnas de la luz la tierra bañan.
 
Pasó el tropel. En la cercana selva
Lúgubre resonaba el grito de Atis,
Triste pavor de la inviolada ninfa.
Deslizaba su paso misterioso
El apacible coro de las Horas.
Eco volvía la acordada queja
De la flauta de Pan. Joven gallardo,
Más hermoso que Adonis y Narciso,
Con el aire gentil de los efebos
Y la lira en las manos, al boscaje
Como lleno de luz se dirigía.
Amor pasó con su dorada antorcha.
Y no lejos del nido en que las aves,
Las dos aves de Cipris, sus arrullos
Cual tiernas rimas a los aires dieran,
Fuí más feliz que el luminoso cisne
Que vió de Lada la inmortal blancura,
Y Eunice pudo al templo de la diosa
Purpúrea ofrenda y tórtolas amables
Llevar el día en que mi regio triunfo
Vió el Dios viril en mármol cincelado
Cabe la fresca viña de Corinto.
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