Rubén Darío

Abrojo IV

En el kiosco bien oliente
besé tanto a mi odalisca
en los ojos, en la frente,
y en la boca y las mejillas,
que los besos que la he dado
devolverme no podría
ni con todos los que guarda
la avarienta de la niña
en el fino y bello estuche
de su boca purpurina.
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