Rubén Darío

De invierno

En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón .
 
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su pico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
 
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro rosado y halagüeño
 
como una rosa roja que fuera flor de lis;
abre los ojos; mírame con su mirar risueño
y en tanto cae la nieve del cielo de París.
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