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El poeta muerto

¿Quien dio la orden?

¿Quien fue el culpable ?

En el campo de batalla resuena el canto,
fuerte y feroz, de las crueles metrallas.
Las almas caen, ahogadas en llanto,
perdidas entre el espanto y las huellas de la guerra.
 
¿Por qué seguir este camino incierto?
¿Es obra del destino o del capricho despierto?
Solo vemos un dedo que señala al aire,
y una orden fría: “Disparen al culpable.”
 
Pero, ¿cuál fue su pecado,
más allá de estar en el bando equivocado?
¿Acaso su crimen fue nacer bajo otra bandera,
o luchar por una causa que nunca entendiera?
 
¿Qué será del infame desalmado,
que hoy dicta el juicio de lo que es sagrado?
¿Nos verá como portadores de herejía,
o nos llorará con ojos de agonía?
 
¿Vale la pena siquiera cuestionar el mandato,
o debemos seguir al portador del dedo elevado?
Al fin y al cabo, si dudamos el paso,
seremos nosotros los condenados al ocaso.
 
¿Quién dio la orden? Pregunta el viento,
cargando en su eco tanto tormento.
Fue un rostro oculto, lejano y callado,
mientras otros disparan y son condenados.
 
¿Fue la codicia, el poder, la ambición?
¿O solo la inercia de una tradición?
La mano que apunta nunca se mancha,
pero deja a la muerte abrir su trinchera ancha.

Piaciuto o affrontato da...
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