El poeta muerto

No Hay Cielo Para el Mafioso

No hay cielo para el mafioso,
ni redención en su reposo.
Su oro brilla, su poder arde,
pero su alma es sombra que no comparte.
 
Entre humo y pólvora tejió su destino,
un reino oscuro, sin camino divino.
Cada disparo, cada traición,
fue el precio pagado por su ambición.
 
En sus banquetes, el lujo reinaba,
mas en sus sueños, el miedo clamaba.
Porque en la noche, entre risas y vino,
su conciencia gritaba, maldición en camino.
 
Las monedas caían, el mundo compraba,
pero el alma del hombre se desmoronaba.
Por cada billete, por cada pecado,
un pedazo de él quedaba enterrado.
 
El poder le dio alas, pero no un cielo,
solo un vuelo fugaz sobre el desconsuelo.
Porque en la cima, donde el frío se siente,
no hay amigos, solo muerte pendiente.
 
En las calles lo llaman leyenda y tirano,
un rey sin corona, con puño en la mano.
Pero el polvo recuerda, y el tiempo condena,
al que siembra terror, al que impone cadenas.
 
No hay oraciones para el que eligió,
caminar la senda que el odio trazó.
No hay salmos que limpien su oscura memoria,
ni templos que honren su amarga historia.
 
Cuando caiga el mafioso, ¿quién llorará?
¿Quién llevará flores donde él yacerá?
Ni sus hombres, ni sus enemigos,
pues todos lo ven como un castigo.
 
Porque el poder se paga con la soledad,
y el oro no compra ni paz ni piedad.
No hay cielo para el mafioso que miente,
solo el vacío eterno que espera paciente.
 
Que su historia sea advertencia mortal,
de que el crimen, aunque dulce, siempre sabe mal.
Porque al final, todo cae, todo pesa,
y no hay cielo para quien la muerte besa.

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