Todo lo que no sea trascendente
no debería dársele importancia,
pues carece de alguna relevancia
y más o menos tarde languidece.
En la primera línea merece
estar con preferencia la substancia
capaz de terminar con la ignorancia
que a lo vulgar y pérfido enaltece.
Lo malo, si no muere permanece
e intenta con su mucha rimbombancia
continuar manteniéndose en sus trece
y tiende a procrear en abundancia,
por lo que hay que evitar que nunca empiece,
empleando una férrea vigilancia.