Claudio Martinez Paiva

¡Buenos días, mi pueblo!

Gualeguaychú, mi pueblo!
¡Buenos Días, mi cuna!
¡Buenas noches, mi suelo!
¡Sean eternas tus horas, casa de mis abuelos!
Solar de mis mayores
tierra de amor, y pájaros cantores,
donde en Carmen de ilustre resonancia
echó raíz y floreció escondida,
esta planta silvestre que es mi vida,
breve de tallo y pobre de fragancia.
 
¡Salud! Pueblo entrerriano
que a filo de tu mano
has detenido al tiempo
junto a tus viejas casas y a tu río
junto a la austeridad de tu silencio;
el más ingrato de tus hijos
se ha quitado el sombrero
y se inclina callado
ante los claros frisos del recuerdo.
 
¡Gualeguaychú, mi pueblo!
¡Con qué emoción te nombro,
con qué noble sustancia me renuevo,
al pensar que he nacido
bajo el toldo estrellado de tu cielo!
 
Patria del canto, madre de poetas,
no te puedo pagar lo que te debo;
llevo en mi sangre notas de cristales
rubores de albas, nidos de zorzales,
galopes de tropillas,
flautas enloquecidas de jilgueros,
nieve de cortaderas y flechillas,
melancólicos salmos de boyeros,
olor a patio colonial y a huertos,
y esa secreta y tímida esperanza
del caballero que quebró la lanza,
de regresar un día
con los brazos abiertos
y allí honrarme y dormir junto a tus muertos
el sueño y la poesía
del no logrado y luminoso sueño.
 
No te cantó, mi pueblo, te saludo;
fuera aleve mi canto
donde el labio de Andrade yace mudo:
¡él que pudo decirte y dijo tanto!
Te saludo mi pueblo, no te canto;
cometiera incurable irreverencia
si el ríspido extravío de mi acento
perturbara la gracia y la elocuencia
que pone Osvaldo, en canto y pensamiento.
 
Cuando el alto Virgilio me permita
cultivar al abrigo
del jardín encantado de su amigo
la humildad de mi humilde margarita;
cuando el cóndor soberbio de Olegario
le ceda espacio en el bastion roquero
al lamento agorero del búho solitario;
cuando Gervasio por su pie camine
y recorra sonriendo el trecho agrario
que contempló llorando desde el lecho,
entonces sí, que el cielo me ilumine,
entonces sí mi pueblo que pudiera
arrancarle al silencio de mi pecho
las voces que tu canto mereciera!
 
Mas no será, mi pueblo, no es posible,
miro el monte de luz que te levanta
y respeto la altura inaccesible:
las ranas croan, sólo el ave canta!
 
¡Buenas noches, mi pueblo!
Sean eternas, las glorias de tus días,
como vanas y efímeras las mías.
el hijo menos digno de ser tuyo
tiene la pena triste
de no poderte dar lo que le diste,
pero no lo precisas, y es su orgullo.

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