Se otorga a las mentes el placer de lo impropio. La rúbrica de esta Era acaso sea ir mal vestido, andrajoso, y sucio y sin lavar para más inri. La plaga del sincorbatismo y el tuteo, la manifiesta informalidad tabernaria, asolan las maneras modernas. En lugar de beber en una copa se chuperretea por el gollete, en vez de la solemnidad de las ceremonias religiosas se prefiere (divierte más) casarse en Las Vegas.
Los placeres de lo informal, de la carencia de formas, las admito en mentes artísticas y creativas, imbuidas de un poderoso anhelo de lo ilimitado (tipo de deseo a favor del infinito fáustico que en algunos les permite grandes averiguaciones espirituales o científicas o artísticas), pero en mentes vulgares eso se traduce solo en un mero odio a las limitaciones y constreñimientos, a las reglas y el orden, resuelto todo en un pueril querer hacer de la capa un sayo.
Pero cualquier estructura antropológica u organización (familia, empresa, Administración, Universidad, Estado, etc...) sino está atravesada de normas (más abstractas) y sobre todo de formas que permitan el feliz intercambio de valores, ideas o costumbres, propende al caos y la entropía o disolución. Por ejemplo una Universidad o familia donde se es faltón, maledicente, agresivo, y contestario, donde no hay disciplina ni mandatos que reglamente humanamente las interacciones (sin, insisto, agresividad, burlas ominosas o lo que fuera), entonces es tal el displacer o caos experimentado que uno solo desea huir o encomendarse a la Virgen.
Las formas son la argamasa, la savia, el quid de una civilización. Al entrar en un ascensor lleno nos desplazamos en un ballet inconsciente para dejar paso al nuevo vecino porque hemos asumido inconscientemente formas. Hacemos fila en la cola del supermercado y no nos apelotonamos como salvajes sobre la cajera, porque aprendimos formas. En el entierro de nuestros padres no nos presentamos drogados, borrachos y semidesnudos porque aprendimos formas. No nos casamos vestidos de Elvis ni nos entierran con la moto Harley porque somos formales. No le lanzamos un puñetazo a quien sustenta una opinión discrepante a la nuestra pues nos preciamos de civilizados. Al cortejar a la amada seguimos un ritual de formas. En un parlamento hay (o debieran haber) deliberación racional y exquisitas formas. A la hora de comer los cubiertos y las copas conspiran en unas organizadas formas.
Mi percepción (sesgada; vivo aislado en una aldea y encima convivo con una inusitada familiaridad con mis propias hipótesis) es que la civilización moderna es muy impropia e informal. Los Rufián e Iglesias (por citar a los más pintureros), los jóvenes de manera acusada, hacen defección de la educación. Abundan Napoleones kitsch, humanos como figuritas de Lladró, abunda la insoportable España tatuada.
En los jóvenes particularmente existen una serie de «instituciones» que los marcan con más perdurabilidad y eficacia que el buen sentido, aflojando la influencia de las imprescindibles formas cívicas y el civismo y la educación, «instituciones» como las redes sociales, Internet, los videojuegos y videoconsolas, los cómics, la televisión, el telefonino, la tablet y el Ipod, la pandilla, las discotecas, el haxix y muchas otras drogas, el sexo desenfrenado (conejero y cinegético), la anti-humanista música coribántica, los conciertos, la literatura basura, incluso me atrevería a decir que también el deporte y un gusto desmedido por el mismo.
Así, un jovencito o una damita (muchos muy hermosos físicamente y no pocos también con buen fondo moral) suelen conducirse como asilvestrados (tutean al profesor o camarero que les triplica la edad, ponen los pies en el asiento de delante del tren, beben durante el botellón como si no existiera un mañana, no limpian sus habitaciones o las ordenan, bah, a qué seguir...)
En infinidad de posts de este muro escribí, aduje pruebas, sobre el medievalismo anti-ilustrado que sufrimos. Hoy señalo un tema cotangente. Una civilización sin formas (igual que ignorante) se corrompe y declina hasta su anonadamiento. El civismo, la urbanidad y la buena educación no son patrimonio de la burguesía sino del Occidente mismo (léase El proceso de civilización, de Elias)
El estilo popular anti-informal conspira contra Eliot, Shakespeare, Virgilio, Dante, Newton y Gauss para sustituirlos por María Teresa Campos, David Bisbal, Kiko Matamoros o Yola Berrocal. Cuando Churchill estuvo de joven en Egipto se imbuyó de lecturas clásicas y de Gibbon. Tácito y Gibbon -a través de Churchill- nos ayudaron a ganar la segunda guerra mundial.
Si usted no se ducha, no se pone corbata, escupe en la calle, se viste con jeans rotos y con parches y con el dobladillo desgalichado, no solo muestra un explícito rechazo a la elegancia, no solo indica -con ese egotismo esnob- falta de sensibilidad para con los terceros (yo me perfumo TAMBIÉN para no ofender narices ajenas), si usted, decía, abdica de la formalidad (y esta es una conexión más difícil de observar) está construyendo una civilización alternativa en que Rufián y Trump arrasarán con la delicadeza, la capacidad, el logro, la herencia y los éxitos de lo mejor de largos siglos.
Acaso el derrumbe de la civilización burguesa y su sustitución por una civilización popular semi-analfabeta se haya dado ya.
NOTA BENE: Los artistas, no nosotros, no solo deben ser informales y no ortodoxos (desde el punto de vista mental ante todo), sino que también son custodios de la heterodoxia y la herejía. Para desgracia de muchas de sus vidas, aunque suene lo anterior «too romantic«. O Gibbon o las Campos. Hay que elegir.
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