Las nuevas categorías de pensamiento y asociación no prescriben lo alto versus lo bajo, lo refinado frente a lo romo y vulgar, la calidad en oposición a la popularidad, la highcult frente a la midcult y la masscult.
Las anteriores son categorías victorianas, y quienes las defendemos unos dinosaurios del pleistoceno muy pasados de moda. Hoy todo gira y orbita (se explica y legitima) con el vector de lo cool ante lo square -carroza-, o lo muy hot como opuesto a lo demodé.
El arte, el sexo, la política, la moda, los productos, las estrellas del celuloide o del rock o de la pantalla o de las redes sociales, las películas, el comercio, el debate, la literatura, el marketing, las nuevas tecnologías, los nuevos líderes de opinión, el periodismo, todo se reordena en un campo casi como de celebrities donde estás o bien in o bien out. Si estás in se sanciona eso que haces y crees y vives y vendes como bueno o valioso, si estás out se enjuiciará como malo y sin valor (y además carecerá de visibilidad)
La sofisticación intelectual nada tiene que ver con estos nuevos modos de ambición moderna. La figura del crítico o intelectual clásico es como la de alguien con polainas y peluca empolvada, levemente -o claramente- ridículo, y que se sustituye por el dinámico agente del entertainment y por la energía o dramartugia del mero rodar irreflexivo, inconsciente, sin pausa del mundo.
En el siglo XIX y parte del XX se intentó cambiar el mundo, en el siglo XIX Y XX también, sumado a eso, se intentó pensar el mundo; entrado el siglo XXI el mundo no requiere ser cambiado ni pensado, solo exhibido en la pasarela de Internet y otros medios de comunicación de masas, o en los mecanismos ociosos de un entretenimiento impepinablemente super divertido.
Vivimos embutidos en un capitalismo hip, en una vida divertissiment, donde reina la velocidad, la notoriedad, el buzz y lo cool. La jerarquía y la clasificación, la prelación y el criterio, son figuras arrumbadas, al igual que lo fue la economía feudal, y lo fueron los zuecos, el techado de paja o los sombreros hongo en la cabeza de los caballeros.
El futuro (ya evidente presente) pertenecen a Shakira y Piqué, y la decadencia e irrelevancia definitiva se simbolizan en Henry James o Michelet o Lionel Trilling (y sus pares)
Jeff Koons (un bodrio mondo y lirondo) se subasta a precios más altos que Miguel Ángel o Velázquez. Un futbolista o un caballo de carreras se adjetivan como algo «genial».
El gobierno de Sánchez es otro inequívoco ejemplo de esta estetización espectacular de lo público y su discurso. Sobra el criterio moral, sobran políticos en la estela de un Saint Simon o un cardenal de Retz, un Talleyrand o un Meternick, pues ¿no molan y persuaden más los astronautas, I. Belarra, Montero, el número de las vaginas en los ministerios, y el lenguaje oratorio de abaratada píldora tuit?
La decadencia avanza, incontenible.