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Ventanas que se abren

Con ojos de cristal mirando el mundo, como si las ventanas se rompieran.
Me escondí debajo de una bolsa,
Con la esperanza de encontrar polvo y una aguja
pero me equivoqué.
 
Era más de lo que pensaba y nunca lo supe.
Tenía la mente en blanco pero la boca llena de colores que se rebalsaba sobre mis ilusiones.
Me dormí tranquila, con la esperanza de despertar y seguir encontrándome en reflejos abstractos y formas desorientadas, pero desperté y ya no estaba.
 
El espejo había desaparecido y mis alas se esfumaron en el aire (no sabía que las tenía).
Los pies ya no me colgaban de la silla, probablemente ya ni entraban en ella.
Había perdido el interés en las princesas y los espejos bien pensados, ahora mi mente se había iluminado.
La lámpara del interés sobre las cosas que nadie se pregunta seguía prendida, tal vez nunca se apagó.
Mi estatura había cambiado, pero no mis ventanas.
Seguía siendo la misma solo que ahora era otra yo en el mismo cuerpo pero diferente galaxia.
10 años, que parecieron siglos interminables.
10 años, sin pensar en absolutamente nada.
10 años en los que me acosté a dormir esperando a ser yo devuelta (hasta ahora no llego esa yo).
No pensaba, dormía.
No soñaba, me reía.
 
 
Me gustaban los fuegos artificiales, principalmente porque olvidaba que todo debía seguir y que tenía que dejar esas ventanas para otra ocasión.
La parra del abuelo, que recuerdo tan digno de recordar. Cuando nadie nos veía (o mejor dicho cuando todos dormían) agarramos uvas de esa parra.
Nos íbamos corriendo a la montaña de tierra, donde los recuerdos quedan sembrados en campos de cristal y nubes angelicales que gritan tu nombre.
Siempre soñé con la idea de volar, pero lamentablemente jamás me enseñaron a bordar.
Un vestido blanco, y unos ojitos iluminados por la inocencia de la niñez.
A la abuela le gustaba coser, hacíamos pulseras de madera y pintábamos orejas de elefante, oh, recuerdo constante.
Sangre sangre sangre.
La oruga de la mesa de madera redonda.
 
No toleraba la idea de caer hacia un vacío que ni yo podría pisar, me encuentro en canastita hablando de más.
Bere Bere Bere.
Mi nombre estaba escrito en cada señal de tránsito y el cielo se abría como una locura sobre los hombros de la gente, sin pensarlo, todos murieron.
Me mojaba la nariz con el dulce y fresco jugo de una sandía roja.
En cada foto estoy volando, mirando hacia arriba, ahora entiendo lo que me decían.
 
Por favor, no desapezcas




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