Casa de la infancia, lugar de trabajo; no es más que una juguetería a la vista de ojos castos. Entras curioso, y te indigna lo que ves.
—Elige una muñeca, estará a tu servicio—grita un hombre con mirada lujuriosa, señalando lo que podrías buscar.
Contrario a tu pensar, tu cuerpo reacciona. Intentas ocultarlo, pero no funciona. Confundido por lo que ves, huyes despavorido, arrepentido de haber entrado, suspiras, afligido. Confirmas una verdad que corría por tu pueblo: no eran muñecas lo que vendían, sino mujeres, para satisfacer tu lascivia.
Das media vuelta y ya no ves una juguetería. Ignorante de su significado, entras y eliges con la mirada. Te diriges a una habitación vacía. “La que más te guste”, en tu cabeza se repetía.