O no hay tierra ni ser, o hay Dios y cielo;
tal cuando niña discurrió la mente,
llevada del amor que hace al viviente,
buscar a Dios con instintivo anhelo;
luego de joven al cruzar el cielo,
hirió su pedernal mi pie inocente,
y más cierta añadí —no es ilusoria
la tierra ni el dolor; hay cielo y gloria.
Fija, obstinada, pertinaz, constante,
su existencia a la nuestra hallando unida,
dios es verdad, pues cierta es nuestra vida,
dije al sentir mi pecho palpitante.
¿Tuve un placer? ¡oh, gracias, Dios amante!
¡piedad mi Dios! clamé cuando afligida;
y el mundo me hizo así mal llevadero
la amistad del divino compañero.
Todo animado al sol de mi creencia,
la planta, el ave, el agua, las criaturas,
Dios es grande, pues forma estas hechuras,
exclamé al adorar su inteligencia.
¿Y no aprendí bastante, hay otra ciencia
que ilumine mejor las almas puras?...
Pues ignorante, amigo, me dijeron
los que a dudar de Dios sólo aprendieron.
Lucha trabé con ellos muy reñida,
trajo el ateo libros a millares;
yo respondí mostrando de los mares
a sus ojos la página cumplida.
La estrella de los cielos encendida,
fijé en su libro al fin de sus cantares,
y si no acierta a huir veloz, ¡presumo
que libro y sabio se tornaran humo!
¿Pensáis que así quedó? volvió la gente
niña, a llamarme crédula y sencilla,
y yo a cantar de Dios la maravilla
en el sol, en el aire, en el torrente.
—No hay Dios, —me grita el genio irreverente
—Hay Dios, —respondo; su mirada brilla,
su aliento corre, su palabra suena,
su amor palpita, su pisada atruena.
Pero en la dura lid tal vez venciera
el que desdeña a Dios a quien lo alaba,
si cuando ya el aliento me faltaba,
otra voz a esforzarme no acudiera;
de una fe más robusta y verdadera,
de un talento mayor la mente esclava,
cuando os oyó decir: —hay Dios y cielo—
tomó con más fervor a alzar su vuelo.
¡Gracias! porque en el mundo hallo profeta
de tan pura virtud, fe tan ardiente,
que en tanto error del mundo diferente
me preste una verdad al alma inquieta;
sí, amigo, la creación obra incompleta
fuera si nuestro autor omnipotente
no escribiera en la humana y triste historia
que para el bueno, como vos, hay gloria.
Almendralejo, 1845