Hay escrito un cantar muy doloroso
en una historia triste que poseo,
para cuando el alegre balbuceo
deje, Emilio, tu labio bullicioso;
para cuando del álamo frondoso
que tan lejano de tu frente veo
toque a las ramas la graciosa mano
que ahora no alcanza al peralillo enano.
Vago, amoroso, indefinible canto
que yo no pronuncié, que nadie ha oído
por tu risa infantil interrumpido,
borrado a medias por mi ardiente llanto;
memorias para ti de tierno encanto
encierra ese cantar, que lleva unido
al sueño de tu infancia venturosa
el de mi larga juventud penosa.
Hoy mis pinceles para ti son vanos;
tú no conoces tu retrato ahora;
allí está tu cabeza seductora
en el grupo no más de dos hermanos;
cuadro es sencillo, obra de mis manos,
niño que ríe junto a mujer que llora,
aire que vaga junto a flor marchita,
y la destroza más cuando la agita.
Mas, no pienses historia peregrina
relatada escuchar en mis cantares;
todos del alma mía los azares
en la tristeza están que la domina:
si no es desventurada, lo imagina,
y es lo mismo que todos los pesares
del mundo tenga, que los sueñe todos,
si se sufre igualmente de ambos modos.
Y lo mismo que lloro, Emilio, llora
la multitud sin conocer tampoco
el grande, oculto, inapagable foco
de la llama del mal devoradora;
¿será que aún niño nuestro siglo ahora
pugna impaciente, como tú hace poco,
por romper las estrechas ligaduras
de sus largas envueltas vestiduras?
¿Será que de sí propio avergonzado
a comprender empieza su ignorancia?
¿Que entre las tiernas formas de su infancia
siente latir un corazón formado?
¡Ay! eso es; su espíritu exaltado
le hace correr larguísima distancia,
pero, a su cuerpo débil y rendido
fáltale fuerza y quédase dormido.
Cesan las guerras, y en la paz se aclaman
libres los pueblos, sabios venturosos;
¿por qué los corazones silenciosos
tantas secretas lágrimas derraman?
Unos al cielo sin consuelo claman,
ahogan otros sus gritos dolorosos;
¿es que a ninguno la común ventura
toca, a que todos gimen por locura?...
A los niños, Emilio, a ti te toca;
ven a mofarte de mis cantos vanos;
en tus brazos dulcísimos hermanos
ven a estrecharme con tu risa loca,
y séllame los labios con tu boca
y escóndeme los ojos con tus manos,
¡y el bullicio infantil de tu contento
el eco aturda de mi triste acento!
Ermita de Bótoa, 1845