Si mi extranjera planta, lusitanos,
gustaseis cortesanos
por la tierra guiar, para mí extraña,
a cantaros iría
una tierna poesía
del gran Pedro en honor, la hija de España.
¿En dónde yace el capitán osado,
en dónde el celebrado
conquistador, de vuestras tierras fama?
¿Dónde están sus despojos
porque admiren mis ojos
de sus laureles la fecunda rama?
Con el fuego que brota de la tierra
que sus restos encierra,
mi corazón entonces abrasado
audaz prorrumpiría
en himnos de armonía
que dejaran al pueblo entusiasmado.
Cantara del gran Pedro las hazañas
en sus largas campañas,
su genio, su valor y su nobleza,
y os arrancara el llanto
de ese entusiasmo santo
germen de la virtud y la grandeza.
Y también de tus ojos lograría,
soberana María,
lágrimas dulces de piadoso lloro,
con el elogio ardiente
que el labio reverente
al héroe diera, cuya tumba adoro.
Porque él dejó en los pechos su memoria,
María de la Gloria,
con fuego tan vivísimo esculpida,
que hasta el arpa extranjera
que lo canta y venera
se siente a su recuerdo enternecida.
¡Oh cuánto bien al pueblo lusitano
su protectora mano
hizo sentir, cuando celoso y tierno
sus males atendía,
al par que dirigía
de brasileños climas el gobierno.
Él le dio libertad, le dio laureles,
el los tercios crueles
del temerario príncipe arrolando,
marcó su feliz era
a la hermosa heredera
sobre el paterno trono colocando.
Aun arde el pueblo, aun de entusiasmo siente
la agitación ferviente
cuando de Pedro la marcial figura,
cuando su frente hermosa
grave y majestuosa,
ve, como sombra, alzarse en la llanura.
Aun de alegría se conmueve y llora
su voz fuerte y sonora,
al recordar cuando a su pueblo un día,
mostrando con ternura
a la doncella pura,
gritó el labio real «¡viva María!»
¡Cuán alto apareció sobre la tierra
el hijo de la guerra
al desnudar sus sienes imperiales,
aun joven su existencia,
de dos reinos la herencia
dividiendo con manos paternales!
Bien su espaciosa frente dos coronas,
de las opuestas zonas,
pudo ceñir el adalid valiente,
mas, un solo cabello
por más rico, más bello,
te pareció corona suficiente.
¡Cántalo, Portugal, canta orgulloso
al héroe generoso
cuya tumba saludan las comarcas,
que si breve es tu suelo,
son, por gracia del cielo,
más grandes que tu reino tus monarcas!
Yelves, 1846