Carolina Coronado

A la amapola

Yo te vi, triste amapola,
de las flores retirada
mecer la roja corola
entre la espiga dorada.—
 
Leve el cuello y hechicero
débilmente se agitaba;
y el cefirillo ligero
en tu seno revolaba.—
 
Del fuego del sol bañada
la cabeza purpurina,
desmayaba sonrojada
sobre la planta vecina.
 
Y allí entre la rubia espiga
los pajarillos cantores
daban con su trova amiga
a tu belleza loores.
 
Yo te viera retirada
a la par del rudo espino,
guarneciendo descuidada
el apartado camino.
 
Al morir la última estrella
extiendes las puras alas;
y a la purpúrea centella
del sol renaciente igualas.
 
Mas ese tu empeño vano,
y temeraria osadía,
desde el trono soberano
castiga el señor del día.
 
Que su llama en Occidente
no adurmiera sosegada,
sin dejar tu roja frente
con sus rayos abrasada.
 
Y de la noche
la fresca brisa
marchita hallara
tu tierna faz.
 
¡Ay! que tu vida,
flor desdichada,
sólo un instante
brilla fugaz.
 
Y tu aureola
pura y luciente
desconocida
muere también.
 
Nace en la aurora,
y al alba nueva
frágil desnuda
tu débil sien.

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