Carolina Coronado

A la señorita de Armiño

¿También, nueva cantora,
el arpa juvenil cubres de luto?
¿Tú desconsoladora
a la musa, que llora,
rindes también tributo
de secas flores y de amargo fruto?
 
¡Suave luz del oriente!
¿Por qué entre nubes escondida tanto
muestras la faz riente?
¡Angel mío inocente!
¿Por qué entre amargo llanto
ensayas siempre tu sonoro canto?
 
¡Gemidos solamente!
¿Acrecentar la pena y el desvelo
de la turba doliente?...
No ha menester la gente
más triste en su duelo—
sóbrale el lloro; fáltale el consuelo.—
 
Sin fe, desesperado,
al pie de sus altares derruidos,
ya de luchar cansado
al pueblo infortunado
lleva en tiernos sonidos
aliento y esperanza, no gemidos.—
 
Tal queda en el sendero
el labrador postrado de fatiga—
mas oye pasajero
el canto placentero
de la calandria amiga,
y el placer el cansancio le mitiga.—
 
¡Viuda de los amores!
Cambia en tu sien las tocas enlutadas
por guirnaldas de flores:
que a templar los dolores
de las más desdichadas
están las almas puras consagradas.—
 
En el monte bravío
nace la flor; en la salvaje sierra
brota el sereno río
sobre el campo sombrío,
que ensangrentó la guerra,
alcemos nuestro canto en nuestra tierra.—
 
Mas siempre, compañera,
unidas nuestras voces alzaremos,
y la hoja primera
de palma lisonjera
que entrambas alcancemos,
como hermanas las dos la partiremos.—
 
Badajoz, 1845

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