Carlos Zatizabal

LA LLAMA INCLINADA

LA LLAMA INCLINADA
Carlos Satizábal

premio nacional de poesía obra inédita 2012
Bogotá, Colombia, abril 21 de 2012

Ediciones Corporación Colombiana de Teatro
www.corporacioncolombianadeteatro.com

ISBN: 978-958-46-2323-2

Derechos reservados. Reproducir citando la fuente y al autor.
Carlos Satizábal
cesatizabala@unal.edu.co

INDICE

 7            LA LLAMA INCLINADA:
           LA POESÍA DE CARLOS SATIZÁBAL.
                    Por William Ospina
15            ALGUIEN LEE
19            LA CALLE DE LOS VÁNDALOS
23            RÍO
29            UN PERRO
31            SUEÑO DE LA MADERA
33            ÁRBOL
37            COLIBRÍ
39            PALABRA
41            PÁRAMO
23            SUEÑO DE NOCHE SOLA
45            SONAJEROS DE SELVA
47            HERMANO MAYOR
49            PARTIR
51            DUERMEVELA
53            ÉXODO
55            SOBRE PIEDRAS, AGUAS Y ARENAS
57            JUEGO DE LA PIEDRA ESCRITURA
59            LOS HUYENTES
61            INSEPULTOS
63            1999
65            EN EL NOMBRE DE WILLIAM SHAKESPEARE
67            RÍO RENO
69            UNTER DEN LINDEN.
71            JOHANN SEBASTIAN BACH
73            CANCIÓN DE LADY MACBETH
75            CÁDIZ
79            ALHAMBRA
81            LLUVIA DEL INDIO LEVANTADO
85            MAYA
87            TZOTZIL
89            TZOTZIL Y TZELTAL
91            VIAJERO
93            CIUDAD DE LA ÚLTIMA LUNA
95            SUEÑO DE LA ESPERA
97            CANCIÓN DEL OTOÑO
99            CIUDAD DE LAS AGUAS Y LA LUZ
101            EL VIEJO
103            PANTÓGRAFO Y NIÑO
105            ABUELO DE CAZA
107            LA VOZ
109            BEATRIZ IMPERATRIX TEATRUM SALAMANDER
111            LOS RÍOS DE TINTA DE LA VERDAD
113            DIALOGO DEL ÁNGEL, EL BRUJO DE OTRAPARTE
                             Y EL JOVEN POETA
115            INÍRIDA
119            EL EMBAUCADOR
123            LA ENVIDIA DEL EMPERADOR
125            VIAJE DE REGRESO
127            ABUELO SOMBRERERO
129            LA BÚSQUEDA DEL MITO
131            DESCENSO
133            RÍO DE TUMBAS

LA LLAMA INCLINADA: LA POESÍA DE CARLOS SATIZÁBAL.

            William Ospina
  No dice: “cayó la nieve”, dice: “al amanecer el cielo descendió a nuestras manos”. No dice: “niebla”, dice: “una nube de frío ocultó las piedras y los rostros apurados de las calles”. No dice: “Somos pesados y humanos”, dice: “El cielo es de los pájaros”. No dice: “la música nos hace participar de los atributos divinos”. Dice: “un canto asciende de los cielos de dios”.
  En esta poesía atareada, luminosa, numinosa, pensativa, estamos en el día octavo de la creación, donde todo ha quedado por un tiempo en las manos del hombre, en las lenguas del hombre, y nada es meramente materia y nada es meramente espíritu. Los metales obedecen a la voluntad, el agua se niega a lavar las culpas, la vida es fragilidad, todo nos estremece por su dimensión cósmica, por su pertenencia a un orden amenazado, y todo tiene una raíz mitológica.
  Ya al ser humano no lo asombra ni lo conmueve que le ocurran las cosas, lo asombra y lo conmueve que ocurran: que la luz se refugie en el agua, que la llama se refugie en las ramas, que el amarillo se refugie en la llama. Despertar no es nunca despertar a la habitación ni a la biografía, es siempre despertar al universo insomne de astros y de grillos.
  En La llama inclinada, Carlos Satizábal nos enseña a ver y nos enseña a oír; nos revela de pronto casi con rudeza que vivir es algo más que dejarse llevar por los vientos del día y por las olas de la historia, que seremos menos dóciles si sabemos ver en el mar azul de Cádiz “la oscura sangre de esclavos y galeotes que rumian sus miserias al olvido de las olas”, que seremos más firmes y más poderosos si sabemos ver “el costillar de peces de viejos galeones sepultados en oro, / las voces milenarias del vino y del salitre, / las canciones del sol que vuelve pensativo del mar de África”.
  Somos humanos, nunca vemos cosas: todo mirar es a la vez pensamiento y fantasía, memoria y deseo, investigación y revelación. Por eso oír cantar en un café de Cádiz al viejo marinero es vivir en unas horas cosas infinitas: “la cara de hacha del viejo marinero recuerda el olvidado remo celta, / y la fuente romana y el acero visigodo y la memoria de Grecia”. Hay un Sahara en el viento, “los desterrados de la noche cantan sus sueños de mar al viento africano del amanecer”, y el brazo del cantor se extiende desde el jazmín que amanece hasta el mar donde la aurora sangra. Los que vienen del desierto saben encontrar lo perdido, y como si sacaran una estatua griega herrumbrada por el mar, unos seres con turbantes, encorvados por la nostalgia, exhuman de las ruinas la minuciosa voz de Aristóteles.
  Cada poema una aventura poderosa y profunda. Sólo la poesía sabe contrariar la pobreza de nuestra mirada cuadrada por las pantallas, deformada por el hábito, empobrecida por el culto de la riqueza, cegada por “la luz de los noticieros”. Allí donde los ojos áridos de los videntes a distancia ven a los inmigrantes africanos en sus pateras rotas por las piedras y el viento, que buscan en Europa “el pan duro que brilla en las esquinas desdentadas”, un pequeño drama de ilegalidad “en sórdidas noticias policiales”, el poeta ve el drama verdadero, enorme, del tamaño de un continente y de un alma.
  Los inmigrantes: los bellos muchachos y las bellas muchachas que hace siglos llevaron a Europa el ajedrez y las Mil y una noches, que cabalgaron en caballos de Luna y construyeron ese orgullo de jardines de España, los que llenaron de ángeles las páginas de Tomás de Aquino y de azul las páginas de Rubén Darío, alzan los brazos negros que arrojan luz por sus dedos y vienen a cavar en las ruinas de Europa para descubrir los diamantes del futuro, pero vienen en las naves heroicas de la pobreza, y los dioses de Ulises los combaten ante las playas inaccesibles, y un acantilado de hoteles de turismo ya no es capaz de ver a los dioses, sus humildes instrumentos, sus arduos caminos, su recóndito triunfo.
  Cada poema un cosmos rumoroso. Cada poema un desafío espléndido. En su canto “Lluvia del indio levantado”, el poeta sugiere que un silencio anterior al idioma le dio a Benito Juárez la sabiduría necesaria para entender a su país, para saber que a estos pueblos diversos no se los puede gobernar desde un centro sino viajando y abriendo los cántaros de la memoria. “Descifró la lengua de Castilla a los quince años/ y ahora en sus cincuenta gobierna de pueblo en pueblo: / su silla trashumante galopa los valles y las milpas y libera tierras y esclavos”.
  En La llama inclinada de Carlos Satizábal, ese viento que inclina la llama, que es el viento del lenguaje, no es visto, como lo quiere la tradición, como nuestro mayor mérito, como la virtud que nos hace superiores y reyes del mundo. Es también la prueba de una pérdida. Tenemos la palabra porque hemos perdido nuestro lugar en “la eterna armonía”. A las otras criaturas “una ley antiquísima o divina las rige”, nosotros, con palabras, buscamos en vano esa ley. Sí, es verdad, anhelamos el canto, “la ley y en ella la canción, una música de palabras”. Quizá pertenecer de verdad al mundo. Pero “en medio del maizal las torcazas alzan vuelo / al sentir la voz de los corteros que se acercan”.
Cali, marzo 19 de 2013.

LA LLAMA INCLINADA

a Patricia

“Y con todo yo quiero
y es ansia de todos mis días,
el llegar a mi casa
y gozar de la luz del regreso.”

Homero, Odisea V, 220.

ALGUIEN LEE
tengo la boca llena de tierra...
Pedro Páramo

He anhelado el canto,
el canto para barrer la sombra, el canto para recoger mis pasos:
Las calles de la huída, las esquinas del amor, las ciudades del camino.
El país de la muerte, el país del retorno, el país del agua.
Ríos de la infancia: hierbas voces árboles.
Caminos del deseo: iluminaciones silencios despojos.
Y el mismo volcán de sangre en la boca, el mismo páramo calcinado bajo los pies.
Un vendaval de ojos, de carne, de música y de huesos.
Los mismos torrentes resecos de muertos que cantan con las voces de la infancia.

He buscado esos cantos en los árboles que huyen,
en los ojos del miedo de los niños del camino.
A veces les veo en las grietas de la furia y del dolor.
A veces en las letras despedazadas de los muros callejeros.

Cantos del sueño y de la muerte y de la mano dormida.
Cantos sin voz o apenas suspendidos en volátiles hilos cerebrales.

En las noches de junio,
cuando Castor y Pólux cruzan con su luz mítica el cielo atormentado de la memoria,
oigo su música caer de la oscuridad como frutos podridos.

Y en las tardes de agosto, cuando las cometas y los faroles de aire y de papel de china
valsean sobre el valle de las garzas y los pellares, su martillo de palabras
azara el sopor de la siesta con los incendios del viento y el vuelo de las cenizas.

Sus trazos negros rayan mi mente al amanecer de enero,
bajo la inmensidad del cielo, en los amaneceres azules de la sabana sin nubes
y la quietud de las nieblas heladas que cubren mis zapatos
entre la hierba  atemorizada.

Más allá del sueño y de la montaña, veo crecer esos cantos en las orillas del río-mito,
bajo un cielo cultivado a la sombra de todos los verdes de la selva.
Están en la danza del abuelo Kumú que atrae con su rumor de cuarzos y semillas
la balsámica intención amarilla del sol al conuco del alma.

Y están adentro de mi cráneo, cuando la serpiente de luz une los abismos fractales
de mi rústico cerebro con el zumo ancestral de hojas y bejucos.
Son el son de la maraca que equilibra el mundo
y los murmullos melodiosos que guardan el pensamiento.

Los veo ahora muy arriba de mis ojos, en el vuelo de las tumbas del aire:
el grajo mortecino de los gallinazos esparce por el cielo en su danza circular
el tejido mineral de mis nervios.

Ese vuelo danzado es el canto. El canto está donde están mis muertos.
¿Pero dónde están mis muertos?

He anhelado el rumor de sus canciones en mi palabra.
No su memoria escrita entre la hierba por larvas, coleópteros y microscopios.
Si no la memoria viva en unas letras, un tono, un ritmo, una canción
para cantar en la tumba de las noches con platos y flores y aguardiente.

Voy de vuelta. He anhelado el canto de la luz del regreso en el fragor del agua.
Quizá nada regrese de mí ni de ellas y ellos.
Quizá sólo los dientes de los muertos aren la tierra sobre los huesos rotos.
Quizá no hay palabra que descifre con su música inútil
el sentido de esta muerte sin borrachera, sin ceremonia y sin cantos.
Sin tierra en la boca de los muertos.

Ya cae la tarde de todas las tardes.
Ayer huyó de aquí el hombre de la montaña que rompía con su grito feliz
la algarabía de los loros que cruzan el valle.

¿Dónde están los cantos que lo celebran?
Los he buscado para alumbrar la hora del regreso.
Con mis muertos los busco. Con sus voces imagino cómo suena su música.

Pero ya nadie puede desandar este camino.
Quizá un poema en estas hojas ilumine con sus letras
la carne y los huesos y los nervios del olvido.

Alguien vio la huida de las multitudes
y sus ojos se hundieron en el espejo amargo del café de la mañana.

Alguien oyó el ritmo medroso de sus pasos contra la tierra.
Alguien escuchó el grito. Alguien ya no recuerda.

Otros dicen: Esas voces, esos pasos, y su retorno, están siempre en los cantos.
El canto las anuncia. La memoria está en los cantos.

Pero ¿dónde oír esos cantos ahora?
¿Cómo saber si están aquí, en estas hojas,
y son ahora suyos, lectora silenciosa, silencioso lector…?

LA CALLE DE LOS VÁNDALOS

Los vientos de agosto han apurado su lengua de cuchillos
y julio hierve aún en las calles y los tejados.
He huido de la vieja muerte agazapada, allá, en las rojas esquinas de la tierra.
Hoy el cielo de plomo cae humeante en el abismo de los ojos y los ciega.
La plaza se borra con mis pasos sobre el húmedo espejo de las piedras.

A lo lejos anuncian el caos de los vándalos
gritos de trompeta, estruendo de tambores.
Ya llegan. Han dejado sus altas guaridas del humo
y de nuevo baten hierros y harapos cual banderas.

Las piedras dormidas del río y el eco roñoso de los puentes
amainan la algarabía en los contracantos del agua.

Se acercan. Unos lanzan fuego por los ojos y las bocas.
Otros, en zancos, bailan la anárquica musurgia
de sus fierros, sus cueros y sus bronces.

Todos a una, cruzan la plaza e incendian Shakespeare and Company.
Una nube de ceniza y memorias de papel se roba el cielo.
Y al canto de todos, todos se arrojan a las aguas
y asaltan los muros sagrados de la Isla de Francia.

Un monstruo grita en las torres. Una mujer llora con llanto de campana.
El Papa balbuciente ora en su pequeña celda de cirios y madera:
el chirriante olor del sebo ardiendo amasa la muerte con la santidad.
Adentro, en el templo sombrío, de blanco puro tras el altar, cantan los niños.

El agua espesa del río tiembla. En los hondos subterráneos de la vieja ciudad muerta,
pasan los trenes del olvido atestados de pasajeros sin destino:
Ancianos lectores, niños envejecidos, ruinas de un mito disecado.

Por las junturas de las piedras los vándalos trepan hasta los vitrales de oro.
En lo alto, una gárgola pierde su nariz. Cae y dibuja círculos concéntricos
sobre la pestilencia del foso. Los vándalos gritan de gozo.

Una mano de piedra levantan las manos del vándalo más ronco.
Una voz de granito se derrumba en trozos. Más gritos.
El zanquero rompe un cristal rojo con el palo de su tambor,
el fuego se escapa y vuelve la arcilla a ser detritus.

Por la luz del agujero las navajas de agosto arrojan a la ciudad de las orillas
la voz blanca de los niños: Puer natus est, canta el coro.
Otro cristal se hace polvo contra la boca herida de un demonio.
Crece y cae el canto como un mar en cada oído preso en su caracol.

Uno a uno los vándalos descienden de los muros profanados.
Han triunfado. De nuevo han triunfado los vándalos.

Ya se agazapan por los rincones donde huye la luz de la noche.
Ya ahogan su locura en el jugo tibio de las amapolas.

En la mitad del verano ha llegado el otoño con su lengua de alabastro pintada de rojo.
Amanece. Las jeringas rotas ruedan hasta el río por las escalinatas del templo.
Se aleja el canto de los niños. Amanece y es torpe la algarabía del retorno.
Julio revienta todo su calor contra el brillo de la plaza.

Las flores lentas reverberan en el cerebro.
Ya regresan. El humo y la fetidez abarcan todo el cielo
y el viento de agosto hierve su óxido de hojas
sobre el alma podrida de las aguas profundas.

Ya llegan a su calle vieja los vándalos. Ruge el pequeño sol
y con los vándalos yo me acuesto sobre las piedras rotas
a esperar la herida de los primeros cuchillos de noviembre,
la borrachera de los cuervos en la blancura del amado invierno.

RÍO
Llora el agua, llora el agua...
Canto de boga

Tu
dul
zura
azul
ocre
verde
malva
se anuda
en las venas
de  la  tierra
y brilla la piedra
y el animal respira
y  el  árbol germina.

Desciendes del rastro de estrellas
que canta en mito y pensamientos
la memoria de los pueblos.

Eres anaconda celeste para los amazónicos.
Y metáfora del tiempo para el griego.
Un signo de la tierra prometida muestras al bíblico semita.
No hay sabiduría sin tu cauce, observan los antiguos chinos.
Ni camino hacia los dioses, dicen los wergayas uwa.

Agua de la raíz
agua del aire
agua del canto
agua de la peña
agua del cielo
agua de la tierra
agua del fuego
agua de los montes
agua de los desiertos
agua de las hojas
agua del páramo
agua de las selvas
agua del agua,

estás
  hecho
     río
          de
        to
            das
           las
a
 g
   u
      a
          s

     y en los saltos y caídas
     se hacen polvo tus caminos
        y la luz se hace arco de luz.
           Allí el anciano kumú lee las señales sagradas del destino:

Escritura de agua de la diosa de vixó
escritura de barro de la diosa de juyungo
escritura de piedra de la diosa del ambil
escritura de viento de la blanca diosa del ayúu.

En ti están la sed y la frescura del mundo,
la mansedumbre del aire y el fragor de las crecientes,
las orillas que se alejan incesantes y el mar que aguarda.

En las noches de Guambía el caminante conversa con tu rumor y pide permiso.

Y en tus selvas de agua, Adanes arrojados al barro guían
desde las talas y aserríos hasta nuestras sillas de la tarde,
largas balsas de milenarios árboles que amargan
con sus savias moribundas
tu lento lecho
de peces.

En las horas del odio por tu lomo sagrado
descienden las sangres y los cuerpos de nuestras víctimas.
Impasible arrastras esas cargas de olvido mientras el viento, la luz y la hormiga
anuncian que en tus altas cabeceras crece el desmande arrasador,
el tiempo descuajado de la tormenta.

Luz de agua
ojos de agua
viento de agua
brazos de agua
piedras de agua
huesos de agua
tierra de agua
voces de agua
montaña de agua
cuerpos de agua.

Y un diluvio de ahogados
sobre calles y tejados,
bajo las ramas del cielo.

Y una antigua y hermosa luz
en el aire vacío
de promesas.

UN PERRO

Para denigrar de la nobleza y la lealtad nombramos tu raza como insulto.

Pero gentes más sensibles que habitan los valles de la sal
ven en ti al guía de los sueños,
al mítico señor de los caminos de la muerte.

El agua te reconoce como hermano y te lleva por sus cauces
como suave hoja que cruza las orillas.

El juego es tu elemento.

Tu olfato guarda las huellas del retorno
y tus ojos bellos recuerdan el desamparo de nuestro amor.

SUEÑO DE LA MADERA

Al despertar
una imagen terrosa del árbol que he sido
traía una bruma de aguas florecidas

y sobre el cuerpo del amor la frescura olorosa del cedro
y en el toque duro de la piedra apretada de raíces
las húmedas armaduras del alma vegetal
que anida en las aguas más antiguas de la tierra profunda
Y en los labios entreabiertos del sueño
el rumor de un bogavante
tallador de manos prodigiosas
y muslos de oro
y pies pequeños
de leves sandalias
que se acerca
entre el filo de las hojas
caminando sobre las aguas

También viene solo

ÁRBOL

Alto y milenario, como los pueblos olvidados,
desde la aurora de los cantos eres símbolo de lo vivo,
imagen de lo que renace, de todo lo que fluye y crece:
Del pensamiento. De los padres.
De los dioses y las diosas. De la vida y de la muerte.

Platón cuenta que en las horas sagradas del primer sol
escuchamos las cigarras de tu voz.

Pobladores de las llanuras que bordean el Amazonas, el Orinoco y el Atrato,
cantan que los primeros abuelos derribaron el árbol de todos los frutos,
y del tocón nació el diluvio, y del tronco caído brotó el gran río,
y de sus brazos y ramas los ríos pequeños,
                         los caños,
                            los arroyos,
                                   las quebradas.

Eres para el hindú la encina milenaria a cuya sombra de luz
inspira la sabiduría en sus discípulos el reencarnado anciano Gautama.
Bajo tu sombra fresca resuena en sus mentes el rojo palmear de una sola mano.

Al bíblico semita entregas la ciencia del mal y del bien
y la vara que hace brotar agua de la peña y la zarza para honrar a Yahveh.

Al evangelista ofreces otro símbolo de la Jerusalem celestial
y los doce frutos del año y el bálsamo curativo de tus hojas.

Al romano honras con el laurel imperial
y con la rama de higuera para celebrar a Príapo
y el cadalso en cruz para adorar al joven dios muerto.

Para el médico y el sabio eres metáfora de los cauces de la sangre
que corre viva en los cuerpos y región del aire en los pechos que respiran
y agua roja en la savia que baja por las noches
y agua blanca que asciende al canto de tus hojas con los vientos del sol.

Al hambriento alimentas con tus flores y tus frutos.
Das refugio al huyente en tu cama de olorosa hojarasca.
Y calor al invierno con el fuego que revive de tus ramas secas.

En ti cantamos la fortaleza de los mayores y el descanso azul de los fatigados.
Tu forma nos une a nuestros muertos
para que vivan en nosotros como carne y memoria
y pueblen nuestro tiempo de gloria u olvido.

Moldeas la forma y la fuerza del sueño y del pensar
que se regocijan en el asombro de la diversidad.

Como un dios vivo colmas de dones la fragilidad de nuestro deseo.

Y cada mañana y cada tarde, a la luz que nace o agoniza,
alegras nuestras casas con el canto de tus pájaros.

COLIBRÍ

acerca tu oído
en sus alas la música
que sostiene el mundo

PALABRA

¿Habla acaso el jaguar con la alondra?
¿Acaso el samán con las rumorosas piedras del lecho
precisa de palabras para hundir sus raíces y beber las aguas?

Una ley antiquísima o divina les rige.

Ah roto cerebro!
En nosotros... la Palabra.
Ella ordena la blanca certeza de la muerte,
y nos dice creer en la inocencia del tigre que la ignora,
así esté escrito en su sangre y en su carne.

Palabra que aún sin comprender el canto de los pájaros
cifras en lenguajes un paraíso de muertes y pasiones.

En medio del maizal las torcazas alzan vuelo
al sentir la voz de los corteros que se acercan.

PÁRAMO

Frágil el musgo y el liquen, y frágil la flor
–cada flor– y cada insecto que la flor abriga.
Frágil el silencio y frágil el agua
que cae numerosa en ágiles gotas de luz.

Frágiles los bordes delicados de la piedra
pulidos por el roce del tiempo,
y la luz y la niebla y las nubes lentas,
tan cerca del cielo.

Frágil el obscuro espejo de laguna y su suelo
de quietud, y el terso frailejón, y cada sociedad
de plantas amigas que florecen únicas
en colonias de pequeñas hojas brillantes.

Frágil el aire susurrante y su rumor,
y los altos rayos ardientes del sol.
Frágil el azufrado olor a infierno
y sus aguas y lodos de colores diversos.

Frágil el hielo y la lava fría y el peligroso viento
en las cumbres, blancas, lejanas, desiertas.
Y el cóndor y su vuelo
alto y solitario sobre las nieves perpetuas.

Frágiles descendemos el frágil páramo del amor.
a Luisa

SUEÑO DE NOCHE SOLA

He vuelto de las hondas aguas de la diosa
con este puño de niebla que ciega mis manos.

Quien sueñe abra sus ojos y podrá verla
entre sus dedos o en los brazos dormidos del amor.

Las aguas guardan la luz de leña mansa, Elella,
luz de diosa en llamas que da calor a esta vida
con su rumor azul, con su intención amarilla.

He vuelto, aún el alma en sueños,
de la noche anterior a las noches y los días,
bañada en este olor de aguas profundas.

En el ópalo de mi corazón se oyen las primeras melodías,
la voz de la hierba que crece, el canto de los planetas.

Estoy sola con mis ojos y mis manos y mi cuerpo.
Estoy sola con mis voces y mis lágrimas.
a Juli

SONAJEROS DE SELVA

Traes un sonajero de semillas de la selva afinado con el canto de las ranas.
Traes un sonajero afinado con el grito de las guacamayas.
Traes de la selva sonajeros con el canto de voces sin nombre.
El bocado que cortas a las semillas en una de sus puntas
y el largo de los hilos que las atan al hilo madre
y el número de semillas y qué semillas cortas y a él atas,
todo está considerado en tu arte sagrada.
Así concedes al sonajero la semejanza para invocar al animal que imita:
para danzar con su danza, para volar con su vuelo, para curar con su canto,
para mover al pensamiento, y abrazados a la gran ceiba en el sueño del juyungo,
en el viaje del gaxpi, en el vuelo de vixó, se haga fuerte el pensamiento,
y ya no sea sólo rumor de la luz entre las hojas,
canción de los pájaros, baile de las ranas, melodía del agua,
serenidad del cielo nocturno, vuelo del jaguar.
Y ya sea de nuevo memoria común, alegría compartida,
conjugada en la fiesta, en las danzas y los cantos
gozados al son de la sagrada agitación
que concitan con su voz tus sonajeros de selva,
abuelo bailarín, abuelo cantador.

HERMANO MAYOR

Dos modos de ver revela el anciano:

Si miras la montaña o bien ves un samán en el árbol de la tarde,
o bien una anaconda.

Dos modos de preguntar revela el anciano:

Si vas en la noche a tu hamaca o bien –como ellos– te echas a dormir
o bien sueñas y encuentras el camino.

Dos modos de escuchar revela el anciano:

Si pegas tu oreja a la tierra quizá escuches la canción del mar
o el rugir de los ejércitos que avanzan al naufragio.

PARTIR.

¿Qué pájaro afuera canta, amor mío?
¿Es la mirla o la alondra o el zinzontle?
¿Qué pájaro es aquél que afuera canta, amor mío?

No es nada. Es sólo tu voz que sopla en mis oídos.

¿Qué color dejó la tarde en mi cerebro?
¿Qué escuchó mi alma la última noche?
¿En qué límite del dolor se rompió mi corazón?

No es nada, hermana mía. No es nada.
Es sólo tu voz que vuelve con mi voz.

DUERMEVELA

¿Quién tras estas huellas vendrá, como bestia que atrae el aroma herido de los bosques?
Amanece. El rocío tiembla luminoso en las hojas de la niebla.
En sus gotas se sacian insomnes los ojos. Leve, desciende la mirada
al denso barro de hojas podridas que desnuda la herencia de los árboles.
Hace frío y la carne se estremece en su ensueño. Siento sangre que cae,
        c
           a
                 e
                       l
                        l
                         u
                           v
                             i
                               a
de
     un
           rojo
     cielo.

Lenta e implacable la diminuta bestia husmea ese rastro.
Lenta e implacable hunde en el limo su hocico.
Bajo su pezuña de oro crujen ramas secas y semillas.
A la luz de su aliento vagamente la adivino en mis gestos del espejo.
En el borde remoto de lo audible oigo crecer en oleadas su fragor.
En mi sangre vagamente la presiento...

En la hora del jaguar ¿por qué me dejas solo?

ÉXODO

En estos altos valles no ha brotado agua una
sola vez en noche o día, y sólo blanca muerte
y negras calaveras vela la sangrienta luna.
Cantan en olas huyentes su más trágica suerte
largas caravanas, y sueñan vivas con un lago
puro. Ondea en sus sienes el polvo por bandera.
—¿Es lluvia que se acerca ese rumor distante y vago?
Piensa ardiente el pueblo en sus cantos de la espera.
Pero el sol ya vislumbra en soledad, tras montañas
orientales, sordas horas rojas de inclemencia.
Somos fuego y agua, y sobre el mar arde el arado.
¿Qué hondos horizontes de vacío y demencia
buscamos? ¿No nos bastan, amigos, las hazañas
de la muerte en los valles furiosos del pasado?

SOBRE PIEDRAS, AGUAS Y ARENAS.

Volverán los asesinos,
pero ya no habrá vida que arda para su rueda de hierro y su candela.

Cerca, como las moscas del calor,
como los pájaros de la desgracia que vuelan en la tormenta,
grazna una bienvenida.

Partir es la noche,
dijo la voz más solitaria, la más delicada,
al ver desde su blanca elección las hordas destrozar el mundo.

Es la noche. Aúllan a mi puerta.
Tras la ventana de humo el horizonte
arroja su marea de sangre contra las playas del alma.

Han vuelto. Oigo sus cantos y los cantos de los muertos que les siguen con el viento
de hermosos ángeles rojos asolando con sus látigos de oro la memoria de los siglos.

Han vuelto. Quizás nunca se fueron. Pero ya no queda un ámbar
para su rueda avariciosa. Sólo arena y blancas calaveras, sólo arena
de los blancos desiertos, sagrada arena de tus huesos y mis huesos.
Y nuestros besos que valsean deliciosos sobre las bocas angélicas.

Y más allá, abajo del aire, en la espesura de las aguas quietas,
las ciudades de piedra, las hondas ciudades muertas.

Llueve. Y con la hueste la montaña florecida en los cielos del agua, tiembla.

El paisaje es apenas un destello que atardece con sus pájaros de oro
en la hondura de páramo de tus ojos al mirar en mis ojos.

¿Vuelo o eres tú quien vuela?

Veo tus besos perdidos flotar en un sueño y esconderse en las alas de los míos.

Somos pájaros sin alas que huyen y duermen,
                        en las piedras,
                                    en las aguas,
                                             en la arena.

JUEGO DE LA PIEDRA ESCRITURA

La casa de la poesía florece bajo el río.
La casa de la poesía es lámpara de agua de los inviernos en las mañanas de la siembra,
y en la noche es serpiente canoa que deja estrellas en los caminos del cielo,
serpiente río que teje su nido en el cerebro y une las dos mitades del cerebro.

La casa de la poesía bajo las piedras del río guarda una piedra escrita,
la olvidaron los viajeros del árbol caído y la canoa celeste
y la casa de la poesía la atesora para leer y escribir en ella
lo que ven los pájaros pero palpita invisible para la prosa del mundo.

La casa de la poesía imita y descifra esa música y su escritura,
y con sus manos de alfarería la protege
del volcán de clavos y de venas rotas,
del ruido intolerable del martillo en la mano y la cruz de madera,
de las espinas y de las lanzas del costado
que incendiaron con sangre los palimpsestos y los pneumas de la tablatura.

En la casa de la poesía hay un jardín de niños y niñas
que juegan una ronda de estrellas enanas y de estrellas fugaces
y dibujan sus caminos con piedrecitas del río sobre el fondo del agua,
una ronda que suena con voces blancas y con voces de pájaro del gran órgano
                                        messiénico.

En la casa de la poesía hay una danta que reposa en la escritura de la tortuga.
Hay un mico que aúlla con voz de sonajero de selva
y anuncia con elegancia palaciega a los viajeros que llegan.
Y hay un gato que juega con los hilos del alma.

Hay también una ciudad con barcos que arriban de los ríos profundos,
una ciudad con faroles incandescentes y cables de luz en las esquinas,
y otros niños y otras niñas que juegan la rayuela primordial sobre
las puertas de la piedra escrita por los viajeros de la canoa y los pájaros del poeta.

El fuego no toca la piedra escritura y el oleaje del sol le da apenas una tierna tibieza.
Sólo las lámparas de agua le dibujan sombras y luces
que escapan como salamandras de fuego de sus letras.

El agua sí la toca, y la tocan los niños y las niñas que cantan bajo el agua y juegan
                                                                                                                            sobre la puerta.
Y las lágrimas y los pájaros de tinta que duermen en tus párpados
y en el boscaje de tus pupilas y se despiertan para tocar la piedra
cuando trazas el lienzo de tus sueños sobre ella.
LOS HUYENTES
Fair is foul and foul is fair.
William Shakespeare.
Caerá sobre los ojos sin lágrimas la sal del olvido
y sobre los labios mudos del grito el barro de la locura.
Huiremos por los campos arrasados, sin flores ni duelo
a sepultar más hondo a nuestros muertos, con premura,
espantando a las bestias carroñeras del cielo
y a los perros hambrientos que devoran lo perdido
y aúllan a la luna los huesos desolados de sus amos.
Una lluvia de arena roja quemará nuestros oídos
y el viejo olor de la muerte ahogará las huellas que pisamos.
Ni el agua ni el viento ni la espuma de los venenos
ni el trueno de las bombas, podrán detenernos.
Lo bello es horrible y lo horrible es bello,
a través de la niebla, por el aire impuro vagaremos.
Haremos nuevos caminos sobre la selva que se puebla.
Habrá otro suelo y buenas semillas qué cultivar.
Otro azul será el cielo y una casa nueva habitaremos,
Haremos arepas frescas y pan de maíz frente al mar
y beberemos en las mañanas el café recién colado.
Somos los huyentes que jamás se han ido. Los que nunca se van.

INSEPULTOS
Rappelez-vous l´objet que nous vîmes, mon âme,
ce beau matin d´été si doux:
au détour d´un sentier une charogne infâme
sur un lit semé de cailloux…
Charles Baudelaire

No cesan las luciérnagas del alma
hasta ser el cuerpo barro del aire,
agua del mundo, tierra elemental.
Desangrado mi cuerpo sobre la tierra negra
veo ascender el aura violeta de mi muerte
y veo a los ávidos zamuros rodearla
y planear en altísimos círculos de sombra.
Más allá, el cielo azul y los rayos negros y rojos
en la tarde de los dioses muertos.
En sus alas vienen por mí y por los otros
que aquí conmigo arrojan el alma por la boca.
Mensajeros de la nube, picos de diamante negro,
ellos esparcen por el aire y por la luz nuestra carne
y dejan al viento, a la lluvia y al rugido del sol
tallar la blancura amarillenta de nuestros huesos.
Nuestra tumba será  su vuelo.
Sus graznidos serán nuestro arrullo.
Allá abajo nuestra gente creerá vernos llegar cada mañana,
con un pálpito en sus manos que se abren al abrazo
y la felicidad del agua que lava el tiempo con sus lágrimas.

1999

He huido por el largo jardín de piedras
que refresca las aguas del verano.
Una riada de sangre se agolpa en los abismos cerebrales.

He huido por los largos corredores
del cerebro dormido. La noche se perfuma
con el viento de las camias.

He huido por el ardiente polvo sabanero
envidioso de los toros que bajan al mar.
La rama de laurel que levanta el vaquero
es el sistro oloroso que acompaña su canto.

He huido por las calles podridas
de un viejo puerto que canta su olvido.
En sus esquinas de salitre vi la casa del amor
en los ojos negros de sus mujeres.

He huido por las olas lunáticas
que deploran las miserias de la guerra
y me llaman con sus algas desde el fondo
de los naufragios y los peces ciegos.

He huido por los caminos de la vieja Europa.
He huido bajo los cielos incendiados de nuestros pueblos.

Hoy, en la quietud de mi hamaca, un milenio termina
y la noche vuelve cargada de presagios:

La voz moribunda de un abuelo indio, las Alturas de Machu Picchu,
Bolívar que ara sobre el mar, la flor de Emily,
la desolada torre de Hölderlin, la palabra de Gaitán,
y  un viento de cenizas que anuncia por el cielo
el horror, allá, de nuevo, en los caseríos del camino.

EN EL NOMBRE DE WILLIAM SHAKESPEARE

Will I am shake spear: Seré el que soy, agitador de las lanzas.

a William, que descifró esta música.

RÍO RENO
On entend dans les bois lointains des hallalis…
Rimbaud
Atan tus orillas puentes colosales de hierro y de concreto,
de plásticos y metales nuevos. Bajo los arcos, sin cesar,
barcos enormes, barcos livianos y fantásticas máquinas flotantes
o lanchas de pasajeros, veloces, remontan la corriente o bajan al mar.

Sobre el asfalto y el acero, en trenes, autos y tranvías
habitantes impasibles o viajeros asombrados van de una orilla a otra orilla.

Monstruos ciegos ahogan el agua bajo tu cauce.
Varias veces destruidas,
crecen al borde de tus diques nuevos ciudades de humo y de titanio.
Celosas, esas urbes guardan aún el legendario esplendor imperial.
Y en sus nombres germánicos se escucha la música latina:
Colonia en Köln, Bona en Bonn, Aquisgran en Aachen.

En sus nombres y en sus piedras se siente lo que queda en el olvido,
así como en tu nombre, Rhein, río,
resuena el clamor de vastas manadas de renos eternos
que levantan al cielo sus cornamentas de belleza y orgullo
anunciando el destino.

UNTER DEN LINDEN.
Bajo los tilos.

Al amanecer el cielo descendió a nuestras manos
y una nube de frío ocultó las piedras y los rostros apurados de las calles de Berlín.
Todo el tiempo heló.

Ahora el cielo es azul y el horizonte rojo de sol
y en las piedras ametralladas de las cornisas y en las copas deshojadas de los tilos,
un viento de cuervos grazna su canción.

Los caminantes miran a lo alto y aligeran el paso, temerosos del negro griterío.
Una mujer cubre el cochecito de su hijo y se adentra presurosa en un alto zaguán.
Un hombre levanta el cuello de su abrigo y baja sobre su rostro el ala del sombrero.

Y una viejecita de rostro aterido
abre sus ojos y susurra con dulzura:

El cielo es de los pájaros.

Cae la nieve,
lenta,
leve.

JOHANN SEBASTIAN BACH

Un canto asciende de los cielos de dios

CANCIÓN DE LADY MACBETH

Agua, si limpias el polvo del aire con tu lluvia.
Si sacias la sed del hombre fatigado por el sol.
Si llenas de esplendor al árbol y al jardín.
Si de ti crecen las nubes y su fragor.
Si das a nuestra tierra su color de cielo.
Si todo lo llenas de vida, agua,
¿por qué rehúsas lavar la sangre de mis manos?
¿no oyes esos golpes que claman en las puertas?

CÁDIZ

Amanece. En el verdeazul de tus orillas, jóvenes buscadores de tesoros
rastrean las joyas de los amantes de la noche, perdidas en la sal de tus arenas.
Bajo los negros ojos augurales de una niña que cruza la noche de las noches,
arden muertos tus lagos de coral, el costillar de peces
de viejos galeones sepultados en oro, las voces milenarias del vino y el salitre,
las canciones del sol que vuelve pensativo del mar de África.
En tus orillas palpita la oscura sangre de esclavos y galeotes que rumian sus miserias
                                   al olvido de las olas.
En tus roídos laberintos de calicanto flota Miranda en el vuelo de su hamaca de prisión
y rompe con su voz de loco el manto de Iris
                    sobre el vestido de oro de Catalina de Rusia
y dibuja sobre el aire apestoso de la sangre los mapas de nuevas máquinas de guerra
y los planos de asalto a los fuertes invencibles.

La fiebre de la muerte es menos voraz que la traición:
¿Por qué el joven Simón Bolívar me entregó al español?  Ah, Simón,
en la alameda de Mutis tendrás una estatua ecuestre, sin espada, la mano abierta:
“Que me das por tus ochocientos soldados que tengo prisioneros.”
                                   Dice tu mano generosa.
Pero el general español, vencedor de Napoleón en estas marismas gaditanas,
                                             elegirá el orgullo,
y tú, joven que me entregaste al español, arrojarás sus ochocientas cabezas al mar.
Cada noche salen del mar en su ola de sangre y cabalgan la línea de estas playas
ochocientos fantasmas de soldados imperiales sin cabeza.
Tanta sangre y tanta mierda derramadas para nada.
                       Otro imperio viene ya sobre nosotros.
Las frágiles fronteras del sueño americano ya son sal y carne de los traidores.
Y la oscura paz de la memoria desatada con su profético delirio
                              a las puertas de la muerte
sólo hace más incierto el camino de luz que vemos los muertos al llegar a tus costas,
                                                   Cádiz.

En tus celdas conventuales, Mutis, con su frente incendiada de hojas y de pájaros,
vuelve a cruzar el valle ardiente de Yuma, el río grande de la Magdalena,
y contempla los fantásticos trazos de los maestros quiteños,
copistas de flores, ramas, hojas y frutos, asombros de la nueva ciencia,
y siembra de borracheros y de sanpedritos la alameda de la muralla y las hornacinas.

En tus plazas los muros celebran la libertad, la revolución y la independencia.
Con gratitud te llamas a ti misma: Puerta de América.

En el café de enfrente, los desterrados de la noche cantan sus sueños de mar
al viento africano del amanecer, rojo y blanco de gaviotas pintadas por el sol.
La cara de hacha del viejo marinero recuerda el olvidado remo celta
y la fuente romana y el acero visigodo y la memoria de Grecia:
Seremo tan viejos como er gran Sahara der viento
ar final de la espuma,
y aún már viejo que er mar, ya ni ruina tenemo,
solo er cante y la luna…
–canta el viejo marinero– y extiende su brazo como ola fresca
desde el jazmín que abandona la noche
hasta el mar abierto al cielo de sangre del amanecer.

Cádiz Andalus, hace más de mil años en tu cante árabe
la joven Europa escuchó la perdida voz de Grecia, de Platón, de Aristóteles.

Con los últimos grillos y las primeras cigarras dormidas del sol,
entre risas y besos de la noche huyente,
llega del jardín del malecón la voz y el canto de los muchachos y las muchachas
borrachos de vino del jardín griego y alunados con el kif de los baños de Alá.
Un ulular y una alarma de algarabía nos arranca
de la barra somnolienta y de las hierbas amorosas
y de las olas de ojos sin sueño reventando con voz de acantilado.
Tras el pan duro que brilla en las esquinas desdentadas de la pequeña Europa,
mi África de los vientos ha lanzado sus hijos a la brisa azarosa del estrecho
                                       mare nostrum.
En la noche del alma las olas vinosas han roto sus frágiles pateras
contra el frío de los vientos y la locura de las piedras.
La guardia costera los trae. Sobre el puente de la barcaza
un terco brazo levantado al cielo sale del hule negro que oculta la muerte.

África de mi sangre, somos ese brazo, somos esa mano, somos ese cielo que despides.
África de mi sangre, en ella suena tu voz y tu ola y tu kora y tu tambor, y nadie les oye.
Llegan los cuerpos de tus bellos muchachos y tus bellas muchachas
rescatados de las aguas tremendas del mito, y nadie los ve.
Pasa la algarabía y pasan las sirenas y todos vuelven a la barra para ver la tragedia
con sus ojos ya cegados por la luz de los noticieros.

¿Dónde está, Cádiz, tu música? ¿Dónde, Al Andalus, tu canción?
¿Dónde África mía el amor de Yemayá?
¿Dónde el llanto de Ochún, el roto tambor de la rebelión?
¿Dónde la América libertaria que celebras en tus plazas?
¿Dónde hermosa niña de la mañana, tus ojos que incendien con su ternura
   la noche sin amor?

                                                                                                          a Pepe Bable y Charo Sabio

ALHAMBRA

Costilla roja
alcazaba
de aguas
perfumadas
patio de arrayanes
corriente de azahar

en el mármol
de las fuentes
las siete sangres
de cada general
rastro imborrable
del alfanje Nazarí
decapitador

Calados en lo alto
tamiz de luz
rayos de luz

únicos

Patios de música
salas aromadas
almohadas

agua florecida
de la sierra
nevada

hornacinas
columnas

irrepetibles

La simetría
es soberbia
de la imitación

Sólo Tú eres grande.
Alhambra
Alhama.

Sólo Tú

LLUVIA DEL INDIO LEVANTADO
...del aire al aire una red... de piedra
Pablo Neruda

Benito recorre los dominios ancestrales en su silla de poder,
su silla rodante, su silla viajera.
Donde llega, Benito dicta los decretos tejidos en cuatrocientos años:
Ordena devolver la tierra sagrada a los rezos,
a las diosas y a los dioses y a las manos nacidas de la tierra.
Curas y obispos huyen con sus cruces en alto por las naves de oro de las iglesias
y se ocultan bajo el moho de los huesos en las tumbas del conquistador.
Ateridos entre el humo, el incienso y las velas de sebo ardiendo,
rezan y conspiran con el dios muerto y murmuran bajo sus grasientas sotanas:
el indio masón viene, el indio masón llega.

Benito descifró la lengua de Castilla a los quince años
y ahora en sus cincuenta gobierna de pueblo en pueblo:
su silla trashumante galopa los valles y las milpas y libera tierras y esclavos.

En la capital de piedras indias invertidas se levantan cruces e iglesias
sobre las pirámides de sangre. Desde los púlpitos y los manteles tejidos de oro
los señoritos perfumados imploran por un príncipe al cielo europeo.
El Papa y los reyes de la Santa Alianza envían a Maximiliano de Habsburgo.

México se corona imperial,
y desde las tierras profundas del nopal y del maíz, del agave y el peyotlel,
el indio levantado en su silla trashumante lanza sus rezos y su armada
                                 ancestral y mestiza.

En Querétaro Maximiliano muere fusilado, aunque nadie ordena disparar.
Por todas partes se desbanda su ejército imperial de última hora, indio y mestizo:
    igual.

Al triunfo de Benito seguirán nuevas revoluciones y nuevas derrotas.
Y las pedregosas montañas a donde huyeron los abuelos en las auroras de la sangre
volverán a guardar en sus áridas gargantas de piedra, la danza, el rezo y el canto,
rituales que hacen florecer las milpas prodigiosas del polvo y de las rocas.
Armados de la ley y las cananas, astutos señores perfumados,
estirpes de tinta y de abolengos comprados
—iguales a los viejos señores de armadura y sobaquina—
roban en las revueltas los valles de agua,
las vastas encomiendas de abajo, las ricas montañas florecidas.
Sobre el triunfo de Benito se levantan nuevas derrotas,
y sobre el odio de las derrotas nuevas revoluciones.

Pero ahora, en esta noche de los marakames, de las hilolas y los hiloles,
de lo alto de las míticas montañas dormidas
y del fondo de la memoriosa marea de la sangre
por el camino de vivos colores de las plantas sagradas,
retorna el bello Benito, Benito el rebelde, Benito el levantado
y asienta su sombra india bajo el espejo de obsidiana de las piedras orientadas
y riega el polvo de las milpas y las selvas azules del alma chulel
con el agua de sus rezos,
             con el rezo de sus cantos,
                               con el canto de sus lágrimas.

MAYA

Consume su calma
la llama inclinada.
Apaga su nada
la vela del alma.

TZOTZIL

El ave del corazón
se escapa por tu boca.
Vuela. Y si la atrapa
el hambriento nagual,
la muerte nos toca.

TZOTZIL Y TZELTAL

Cada lengua en tu oído
es todos los pájaros en tu lengua.

VIAJERO

Dices que ellos sienten en el árbol la presencia del pensar
y en el pensar la ley y en ella la canción, una música de palabras.

Así, al parecer, sucede, si fuera el relato su estilo.

Dices que las águilas tijeretas no dejaron en las rocas de lo alto
la ruta de su vuelo ni la anaconda un río de estrellas
ni la ceiba sagrada la hondura de cuencas y vertientes.

Eso dices que digo, pero la música está en los cantos, no es sólo un vago rumor.

Dices que en las noches de los desiertos hay un ruido de aguas,
y que en las noches de las praderas la voz del búho es la mañana.

Eso, creo, he oído. Pero no es sólo de agua esa voz
ni de hoja
ni de pájaro.

CIUDAD DE LA ÚLTIMA LUNA

Ella el suspiro final de todos los muertos
y el viento de amor de los que cantan
el retorno bajo el cielo mudo del incendio.

Ella todos los besos y todos los gritos:
las voces ascienden, piedra, oro y nube, y caen
al rojo acantilado piramidal: sol de otro sueño.

Dura y fría para mis huesos y tus recuerdos,
Ella –ciudad dormida– es ardiente piedra viva:
En Ella otros pueblos del patriarca cultivaron
con sangre joven el retorno de la mañana.

En Ella tu voz es arena sobre los huesos
que mueren insepultos bajo las lluvias solares,
última luna en las noches de la luciérnaga,
Diosa mujer que puebla mi sueño del retorno
de lágrimas y frágiles estrellas que caen
  y caen
       y caen...

SUEÑO DE LA ESPERA

¿Quién eres tú, tan alto tu vuelo y tu desdicha?

Hombre he sido y también sombra y amor y olvido.
¿Y quién eres tú que hablas sin música ni lágrimas,
y derraman tal tristeza tus ojos con su dulce luz?

Nadie. O apenas una voz que llega a su silencio.
Nada. O un vuelo de almas muertas bajo el cielo de humo.

Calla y duerme este sueño.
Agua y lamentos traes en tu canto,
hálito del último funeral que martilla sus campanas
contra los muros incendiados de mi cerebro.
Calla y huye en la desdicha.
Calla y sueña alguna luz para estos tiempos.

No traigo profecías, sólo hechos:
Una antigua melodía asciende de las hondas gargantas de la tierra,
Del sueño de las diosas dormidas crece un nuevo mito, un canto nuevo.
Duerme y sueña. Y sabrás despertar.

CANCIÓN DEL OTOÑO

El viento
azul
hiela

Las hojas
rojas
pasan

La lluvia
fina
hiere

El que huye
canta

CIUDAD DE LAS AGUAS Y LA LUZ

Al oriente, catedrales de nube
levantan sus cristales de incendio
bajo el azul más alto de los cielos.

Al occidente, entre bosques de bruma
la música de todos los pájaros
saluda a la luz que agoniza.

Tras los Andes aún duerme la Luna.

EL VIEJO

agua mansa a mi corazón
vuelve su voz
flor de roble mayor

PANTÓGRAFO Y NIÑO

Aplicado a la transparencia iluminada del invento
el niño calca la sombra de su talón sobre cristales rotos.
Al lado de la noche el padre imita la huella memoriosa
de los pinceles de laca y tintas orientales:
Un vivo dragón de oro traza su mano restauradora
sobre el azul cobalto de la sedosa túnica del mandarín loco.
El padre esquiva el vaho del cigarro apretado entre los labios
y afina la mirada en la tersa hondura de los trazos.

Como una flor mística en su arquetipo de perfumes eternos
en las manos del niño cada punto de este mundo se repite en otro mundo simultáneo.

El padre termina y absorto en el humo de sus labios
cruza el corredor de las habitaciones tras el jardín del sueño. El niño se queda.

Si acortas mis brazos crecerán de sangre los ojos del esbirro, dice la madera.

La ruidosa luz de neones blancos bajo el cristal esmerilado
es casi música que espanta a los muertos en el oído del niño,
embebido aprendiz de copista que antes de ceder a las orillas fatigadas del sueño,
calca las enloquecidas barbas de barro y de oro
de los asesinos, las espadas herrumbradas de sangre
que amargan el viento del olvido con sus gritos.

El horror desmembrado, la estrella profética en el cielo,
el perfil herido de las vastas cordilleras, la tibieza medicinal de los frailejones,
los espejos de negra hondura en el agua de las altas lagunas,
vientres de arcilla y de fuego, pectorales de oro, balsas de iraca, cánticos de amor,
rumores en las empalizadas...
Todo arde bajo el incendio de los lápices en las manos del niño.

La selva memoriosa graba estas huellas en las savias
para los ojos de ayahuasca del kumú, del jaguar y de la danta,
para la nariz de yopo y la lengua de ambil del soñador.

Cabeceando, el aprendiz de demiurgo ve pasar al pie de esas imágenes
las leyendas que rezan el odio orgulloso de los vencedores.
Guía hasta el final los brazos sumisos del invento.

Termina y se levanta, casi ciego, delirantes los ojos, con líneas de fuego,
y tras el camino de humo del padre, entra, por el zaguán de llamas inclinadas,
                                       al otro sueño.

ABUELO DE CAZA

Ya llega el abuelo payé con su lanza sonajera.
Ya llega con su maraca. Ya viene cantando.
El cuarzo blanco brilla en su cuello.

Ya viene el abuelo cantando y bailando.
Ya ha aspirado el polvo de vixó.
Ya ha bebido su totuma de gaxpi, su toma de yajé.

Ya baila y agita su maraca.
Ya canta y golpea la tierra con su lanza.
Ya habla con el señor de los animales.

Ya habla el abuelo y pregunta:
por la danta parida, por la danta en celo, por la danta preñada.
Ya pronto sabremos si es bueno salir de caza.

LA VOZ

Sé que la noche vendrá,
pura y profunda,
e irá cubriendo cada átomo de mi carne
y un día, al fin, seré del todo sombra.
Sombra de espesas frondas de acacia o de samán
que invita al caminante a disfrutar el fresco aroma del jardín.
O agua que desciende sonora en el arroyo y sacia tu sed
y la del bello e inocente animal.

Yo sé que quedamente,
sin siquiera el sordo ruido
de una hierba que se quiebra
o el más leve de la gota de rocío,
vendrá la noche con su rumor sereno,
luna nueva con su cielo de estrellas,
e irán con ella este barro de sombras,
y esa voz
y esa voz.

BEATRIZ IMPERATRIX TEATRUM SALAMANDER

Leo tu canto en la última hora antes del medio siglo...

Contamos el tiempo con los dedos, que son diez,
y con el sol y con la luna que al esplendor de la tarde y del amanecer
nos enseñaron la redondez.
Sharahazad supo volver esa luz cero: el comienzo y el fin:
volver a empezar diez veces más allá.
Una y mil noches nacen de sólo diez dedos
y del sol y de la luna, y de la voz de la contadora de historias,
cuentos que crecen adentro de otras historias.

La contadora sabe detener su voz al azul reproche del alba, al iniciar el nuevo cuento.
La mano que tiembla en el alfange quiere oír lo que vendrá.

Hay que dormir ahora –dice Sharahazad– mañana sabremos el final.
Pero en la noche siguiente el árbol de los mitos florece con otra luz.

En la mitad de la noche la mitad de cien se enreda en mis huesos,
y busco la última letra de tu voz, la zeta de Beatriz para sonreír
                                en el sueño.

LOS RÍOS DE TINTA DE LA VERDAD

A orillas de la pequeña biblioteca
leía aquellas páginas de historia China
donde Hegel desdeña la quietud del espíritu.
Pronto caí en el sueño esquivo y pronto en el ensueño,
las letras brotaron entre las hojas de los libros,
y, una tras otra, en interminables cascadas,
rodaron por los estantes, hasta cubrirme.
El peso de la verdad se hizo intolerable
y ya no pude levantar el pecho y respirar. Desperté.
Mi mano seguía abierta sobre el libro y el dedo del medio
en la célebre cita de Confucio:
Debes mirar directo al corazón.

DIALOGO DEL ÁNGEL,
EL BRUJO DE OTRAPARTE Y EL JOVEN POETA
…enivrez-vous, enivrez-vous sans cesse…
Charles Baudelaire

Brujo:      ¿Por qué no has venido en tantos años?
Poeta:      Estuve en el reformatorio. Estuve preso.
Brujo:      No te haría mal. En la cárcel te enseñan carpintería, un arte esotérico, místico. Acariciar la vena de la madera, el lápiz, la escuadra, la sierra, el martillo, los clavos, las gubias. Jesús, de niño, meditaba recostado sobre las cruces que José fabricaba por encargo del centurión.
Ángel:      La justicia imperial siempre ha precisado de cadalsos y mazmorras. Yo traigo el bálsamo generoso del olvido, de la música, el vino y la conversación.
Brujo:      Sí, la conversación… La rebelión de los espíritus, la desobedientia, la autarquía, la disolución de los gobiernos, el visible hundimiento de los Estados. Cuerpos, cuerpos, cuerpos… Lo semejante cura lo semejante. Lo bello es lo sencillo que arroja vida desde dentro...
Poeta:      Escapé, maestro, me buscan para encerrarme. Me querrán matar. Aplicarme la ley de fuga...
Brujo:      No chilles. Ignóralos. Has renegado de su mundo. Pues despégate de él. Somos dioses cagados, muy respetables y despreciables. Algún día nos hacemos cadáveres… Agua sobre agua.
Ángel:      Salud fugitivo. Bebe. Con agua pura y cristalina floreció este vino. ¡Salud!

INÍRIDA

a Denis
Los raudales
        la luz
            y tus ojos
                    de pájaros
                      de agua
                                 dormida,
dibujan
          en sus saltos
                  pájaros azules
                         pájaros rojos
                                   pájaros iris
y en el fondo
                 del rumor
                  pájaros
                          de piedra
                                 que vuelan
                                       a tus manos.

He soñado
            estos cantos
                        de agua tallada
                                 por la escritura
                              de piedra
                                                      de las constelaciones.

En enero
             la caliginosa humedad
                                del verano
                                  deja discurrir el raudal
                                                  bajo la arena
y las piedras pájaro
                         las alondras rumorosas
                               los colibrís
                                          de vuelo extático
                                                   y música de alas
las piedras
                 de ranas cantadoras
                      de micos aulladores
                                     de tortugas de concha
                                                   memoriosa,
esas runas sumergidas
           trazadas en la piedra
                                por los primeros viajeros
                                           de la canoa celeste
                                         aparecen.

Inírida
        es el río biblioteca
              la piedra biblioteca
                                      el agua libro
                                      las sílabas piedra
                                la escritura
                                                          de la estrella
geometría
                de la memoria mítica
                     que descifra en sus trazos
                                                      el lenguaje vivo
                                                                         del cosmos
para que tus ojos
                     de pájaro dormido
                                        que sueñan la poesía
                                                     no despierten.

EL EMBAUCADOR

An ear can break a human heart
As quickly as a spear.
Emily Dickinson

Paez Tama, hijo de la laguna y de la estrella,
subió del páramo de las lagunas
al alto valle de los caciques de piedra.

Al canto, Paez Tama  enseñó el arte
de las lanzas de chonta y de los rezos
que protegen los pilares de la tierra,
el secreto de los ríos profundos
que guardan la olla del equilibrio,
el eje sagrado de los valles,
el blanco corazón que truena en las cordilleras.

Riendo va Paez Tama por las chozas terrosas
y cielo de paja de iraca. Riendo sube y el frailejón le calienta.
Riendo vuelve a sus aguas de obscura cabellera.

Las flores de ajenjo, las ramas de ruda, la amapola solferina,
llaman al baile con chirimías de tambor y cañas de viento.
Paez Tama canta. El tabaco y las semillas de anís estrellado,
arden con el ritmo, con el soplo y el ensalmo.
Pero no lleva el viento la invocación
ni siembra con sus vuelos los murmullos
ni rumorean las hojas de los árboles
ni se alegran los pájaros de pequeñas alas.
Paez Tama canta contra el viento de ráfagas de niebla.

Sordos de chirrinche y engaño bajamos y subimos las lomas
mientras teje de cal viva su red de espejos y palabras el embaucador
y esconde bajo su ruana la mano para robar la secreta alfarería del equilibrio
que amansa y contiene el furor turbio de las aguas con cantos y ofrendas y rezos.

Bajo la luna negra una sombra incendia de rayos la noche.
Llueve en las altas lagunas del páramo florecido. Llueve en los filos azules del hielo.
Borrachas trepan las cumbres del olvido la oreja, la canción y la palabra,
sin voz, sin labios, sin cántaros de fuego que retumben en el alma terrosa del rayo.

Y con sus ríos de piedra y su trueno de huesos y sus casas y sus huertas de papas
se arroja la montaña sagrada sobre gargantas y valles:
Borracha baja el agua del diluvio y deshilacha el manto de los sueños.
Y bajo el agua atormentada y la estrella solitaria, llora Paez Tama,
Llora y vuelan sobre sus lágrimas niños
que cantan dormidos en chozas terrosas de cielo de paja de iraca.

Llora Paez Tama
y el frailejón le calienta
y las flores de ajenjo
y las ramas de ruda
y la amapola solferina
y el anís estrellado
y la coca sagrada
y el tabaco
y el agua
y la estrella
y el viento.

LA ENVIDIA DEL EMPERADOR

Chi Huang Ti imaginó la maledicencia confuciana
y asaltó el Templo de las columnas florecidas
que celebran al maestro de diez mil generaciones,
levantado piedra a piedra por sabios y lectores.
El más humano y terrenal de todos los Templos.

Su expedición tomó la montaña sagrada
e incendió las murallas de piedra,
las calles de piedra, las columnas de piedra,
las flores de piedra, los libros de piedra,
los puentes de piedra, los arroyos de piedra.

Y pasó a cuchillo a los cuatrocientos lectores.

                          a Henri, que vió el poema.

VIAJE DE REGRESO
El que parte ya ha regresado.

Por caminos de vientos perdidos para el alma memoriosa
llegas a la noche sosegada del solitario reposo pensativo.
Sellados los cerrojos a las muchedumbres oscuras,
sus voces tormentosas apenas se dibujan en remotos círculos cerebrales.

Con la cara oculta en las arenas de la mente,
aprietas tus ojos con las palmas de tus manos
y un firmamento de destellos azules, blancos y dorados
te ciega a los otros que cruzan la memoria sin rumbo.

Luego lavas esa huella borrosa en las aguas subterráneas
de una lenta duermevela que tiembla sobre el lecho primordial de los sueños.

La noche del cielo revela en el fondo del pozo la moneda gastada de tu cifra.
Y la voz de agua, de tierra y de hojas del pueblo que engendró tu oscura carne,
y la carne fatigada de tu lengua, callan. Y el silencio crece como un cosmos.

Quizá antes o después de volver a jugar
en la libre caída al vacío blanco de los huesos de las hondas ciudades del abismo
otro u otra vengan a morder esta tierra simple de serenos vientos sin destino.
Y quizá hablemos entonces una y otra vez la voz lenta de los antiguos pensamientos.

Quizá antes o después, por las avenidas luminosas del agua,
vuelvan los pueblos cantando. Quizá ya nunca más oigamos esos cantos.

Ahora –si hay ahora– ya duermes otro sueño
en la vieja esquina roja de tu tierra.
Y en el sueño quizá veas el trazo de las voces en la piedra,
y oigas otros rumores, otros secretos, otros cantos.

Y el maíz blanco y el maíz amarillo y el maíz morado
y el yopo y el ambil y el ayuu y el juyungo germinen
en los ojos abiertos de la ciega serpiente que une
con míticos recuerdos los abismos de tu roto cerebro...

ABUELO SOMBRERERO

Las manos encallecidas, las tejedoras de iraca
lo saludan desde el aire aromado de hierbas.
Para él tejen la fibra más tersa,
para él guardan la obra más bella.

Un ángel de las lomas aún rumora su nombre
en las calles de Aguadas y en las hondonadas
del Patía y del Tambo.

Y en las costas  de su valle, entre mareas de espigas
y hojas de caña, con gritos de bienvenida
entre golpes de pacora y cantos de los bogas
lo esperan los negros y  las negras,
las totumas llenas de agua cruda de panela
y guarapo refrescado con limón y yerbabuena.

En mañanas de Palmira la abuela también lo aguarda
la cocina perfumada, pilado el maíz  y la leña ardiendo,
el revuelo amoroso de los perros en el zaguán
y el canto de los pájaros en el limonero.

La luz azul de sus ojos es la alegría del niño
y la fortaleza del amigo descaecido
y la amargura por la sangre amiga y la matanza.

Siglos acallados de nobleza y de memorias
le signaron generosos con los dones más amables.

Ahora vuelve bajo el sol del alma a pasar su esbelta sombra
con el diente de león y las motas de los balsos
que florecen en los vientos del destino.

Su llegar sereno se adentra en el ardor de la última tarde
tras el vuelo blanco en el árbol de las garzas,
tras los ojos agoreros del perro místico
que lo aguarda para cruzar las aguas.

Y con su voz de visiones saluda en lengua india
a su guía en los caminos de la muerte.

LA BÚSQUEDA DEL MITO

El loco levantó sus harapos de sueño
y vio el ala del tiempo rota en las aguas espesas del pozo:

¿Quién dejó la palabra abandonada a la suerte del sentido,
al viejo logos que nace del sueño olvidado en este cuerpo?

Mis costillas se resienten aún del frío vaho de la serpiente.
Oye su voz silbante ascender por el árbol Yggdrasil,
encina de oro, raíz de la sangre. Ofrenda.

Siete palabras que perdieron el temblor del aire,
la música de su entonación. El aherrojado gesto
sobre el alma de madera y saeta y espina,
oculta la peste, la deuda, la muerte,
el viento de agua en el país del agua,
las frágiles pateras en el estrecho de acantiladas piedras,
la sagrada voz vegetal de diosas y abuelos danzarines.

Las calles avanzan, sordas, los cristales ciegos.
Al renovado canto de los pájaros se sucede la luz.
Al sueño otro sueño.

La frescura roza los párpados.
El colibrí bebe en la flor de sábila.
El loco besa el jardín, y grita:

Siempre amanece...
Hay una luz de agua en el cielo,
un río se desmanda de su cauce,
una llama se inclina sobre los huesos.

Oye la hierba crecer,
el ruido de los planetas en su canto.

Es el amor,
es el Amor que mueve al sol y a las demás estrellas.

DESCENSO
No nací para compartir el odio,
nací para compartir el amor.
Antígona.

No aprieta este nudo. No siento aire en mi voz.
Hablo y no oigo mis palabras. Sólo veo una luz
Talla tu espada en el costado, hermoso amado. Arde tu sangre.
Siento su hilo correr desde mi hombro. ¿Es roja? ¿Aún es sangre?
Una llama, una corriente, un arroyo delicado calienta mi pecho.
Hermoso y amado amigo, ¿te veré en el descenso?
¿Cruzaremos en la barca de ébano las aguas finales?
Y allá en las honduras, ¿tendrá ojos mi padre?
¿O al menos podrá ver con la luz de sus cuencas vacías?
Y mi madre y hermana y abuela, ¿tendrá voz
o aún los nudos del amargo dogal ciegan el aire a su garganta?
Y mi hermano desterrado,
¿aún viajará por los cielos en los picos de las aves alígeras?
Y aún así, ¿también él vendrá por algún recodo del oscuro descenso?
Y mi otro vengativo y codicioso hermano, ¿habrá cruzado ya las negras aguas?
Allá, arriba, ignorante y temerosa, la ciudad espera.
Hermana mía, presiento el saqueo de los ejércitos extranjeros,
les oigo en mi mente acercarse vengativos, epígonos de sus capitanes muertos.
Veo el hierro, la candela, el fragor, la desnudez bajo la espada. Y tu frágil peplo
                                                                                                                               desgarrado.
A la hora que lleguen, ¿podrás huir, hermana mía? ¿Huirás?
Acaso el anciano vidente advierta en el graznar enloquecido de los pájaros
los incendios que se acercan y lleve la ciudad por los caminos de huída.
Y tú vayas con él.
Entonces lleva contigo las cenizas amadas. Haznos altares en los caminos,
y en las ciudades hospitalarias que te acojan, canta, danza, liba y pon piedra
                                    sobre piedra.
Ay hermana ¿acaso te rapten en el camino?
¿acaso seas esclava de un tosco militar?
Ismene, hermana mía,
cabeza de mi sangre,
mi pequeña
hermana,
oigo voces,
voces.

a Carolina Torres y Sindy Garzon,
Patricia Díaz, Aura Bastidas y Ángela Triana,
Antígonas Actrices.

RÍO DE TUMBAS

Esta tierra es muy suave, muy tibia, nada estéril,
y la fecundan largos ríos de dolor.
Porfirio Barba Jacob

He descendido de otras orillas,
mis ojos vuelan en la hondura,
mis labios no musitan quejido alguno
pero oigo y pienso y hablo pensamientos.

Otros vienen conmigo, los siento y los sueño.
Oigo el rumor de sus espíritus y les pienso
y ellos piensan y sueñan para mí sus recuerdos.
Muchos llevan quinientos y más años navegando.

La loca algarabía de los peces
se enreda en el tejido de tantas voces mudas.
Alguien canta y el agua apenas se detiene
y tierra abajo besa su canto las rojas orillas.

El humo y las llamas y el aullido solitario
de los perros sin amo se alzan a dios,
muerto también. Dios no viaja con nosotros.
Dios vaga solo en el alto aire sagrado.

Los perros persiguen su cola y gruñen y aúllan.
Oigo en el sueño las varias voces de mi perro
y el ronronear de mis gatos en el jardín.

Igual otros piensan y oyen la voz de sus animales:
sus vacas perezosas arrimando al ordeño,
sus mulas tercas subiendo y bajando las lomas del invierno.

A mi lado la maestra canta nuevas rondas africanas
y los niños dibujan en el cielo de humo los mapas perdidos.
Somos pueblos del agua, de la tierra ardiente, del mar amoroso,
de los páramos de luz, de las altas lagunas de alabastro.

Unos apenas recuerdan el rumor del agua
en la orilla arcillosa del río donde nacieron.
Y otros guardan sólo una sombra del relámpago de las altas lagunas.
O un rojo destello del calor en el espejo del mediodía.

Pero todos en nuestro río anhelamos una arena última. Una playa sola.
Una roca serena que lenta se disuelva en el viento de los siglos.
Todos. Aún aquellos que llegamos del río más secreto u olvidado,
y ya somos sólo canto, rumor del agua en la memoria inútil.

Preferido o celebrado por...
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