Y me contaba Mario en esa ronda de bohemia
entre tragos de ron y su sinfin de letras:
– “Ella me daba la mano y no hacía falta más...
Me alcanzaba para sentir que era bien acogido.
Más que besarla, más que acostarnos juntos,
más que ninguna otra cosa...
ella me daba la mano... y eso era amor.»-
...fue con sólo escucharle que me hallé comprendido
en la misma euforia de su relato y lo vivía yo,
sólo que ahora «Ella» a mí no me daba la mano,
ni alcanzaba a sentirme;
fue entonces que repliqué a Mario
sin tregua, con los ojos ahogados,
en medio de un agobio de reclamos propios
y pensamientos vagos:
-«...Cuéntame, maestro; ¿Y qué pasó después?»-