Aún el sol ocupa los espacios de esta casa habitada por ausencias. Me resisto a las pretensiones de la noche, al robo de los rostros y las caricias.
Evoco las galas de los primeros deseos y a los invitados alrededor de una mesa de roble: las formas de los elefantes entre las nubes, la fortuna que gira en las ruedas de una bicicleta, el rostro enrojecido y el sudor del ciclista.
Íbamos arrogantes a aquellas cenas en las canteras. Íbamos inmortales. A la vuelta de la esquina nos esperaba la traición, el cuchillo. La carne se contamina por falta de amor, no por exceso.