La pequeña muerte bailando
su vieja consigna húmeda,
cualquier pasadizo secreto
que conduzca hasta el aullido,
los jardines que suturan
las heridas más arcanas,
tu pulso de antorcha
y el halo encendido.
Los usos y costumbres
de la razón dorada,
la mancha de vino
que desprecia el encuadre,
la súbita fractura
en la estirpe del zafiro,
Rompiendo las olas
o Fresas salvajes.
Emergiendo sobre el asfalto
cuando este se relame
al ver nuestras rodillas,
en la catarsis permanente
o pasajera del espíritu,
los vasos comunicantes
de la auténtica belleza
son el ojo de buey
que circunda el infinito.