Esa densa neblina
de cristales rotos
que penetra en los ojos
cuando empieza el día.
Esa brújula perdida
en la esfera del pavor
si la mente es el profeta
que anuncia su derribo.
Ese paraíso cotidiano
de venas que aguardan
el rigor implacable
de otro cáliz furtivo.
Ese abrazo paliativo
que remoja su crin
en un vasto estanque
de inmensos letargos,
han venido a celebrarnos
en el rito voraz del hermetismo.
Nos hallamos indefensos
como el niño inocente
que dibuja mariposas
en el avispero.
Sentimos un destello
ya tardío de futuro.
Porque la silenciosa muralla
que alzamos contra el mundo
es el más débil reducto
para la voz desguarnecida.
Porque nuestras cicatrices
son el único gemido.