Carlos Javier Corral López

El incendio

El incendio inventa su nueva mordedura,
el agujero amplifica sus ramas.
 
¿Y qué flor no se desangra
en el vórtice de la saliva?
¿Y qué nos importa la huella
si ya no existe el recuerdo?
 
Rechazo recitar los versículos del espejo,
contemplo el hastío de las ménades,
conduzco al becerro de oro
a pastar en los campos arcanos
donde brota el lirio de hierro.
 
Predigo el fin de la palabra
leyendo los posos
de los días que vinieron,
me busco y me encuentro absorto
en la vastedad de un instante,
me asfixia la oquedad del sueño.
 
No volverá Saturno a deshojar la madrugada.
No volverá la siringa a reinar en Arcadia.
 
El siglo tan solo respira
a través de las branquias de la endecha.
La fatalidad
es una constelación de semblantes
que muestra un pálido reflejo.
 
¿Y quién no ha podido
soñar en carne trémula?
¿Y quién no ha querido embarrar
siquiera una vez
las costuras del deseo?
 
Por eso rasgo paisajes,
esculpo relámpagos,
horado los relieves ignotos del alba,
escribo tempestades en los márgenes del piélago.
 
No volverá Saturno a deshojar la madrugada.
No volverá la siringa a reinar en Arcadia.
No volverá el sino a concebir su sibila.
No hay otra guarida que el silencio.
 
Mi legado será el musgo,
mi panteón, la retama.
 
El incendio inventa su nueva mordedura,
el agujero amplifica sus ramas.

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