Estoy sobre la tierra, con mi frente,
despidiendo las nubes del paisaje.
Le regalo un suspiro al sol poniente,
yo no me voy de viaje.
Y comprenden el grito este que callo,
la pluma que ahora escribe,
la rosa irresponsable de su tallo
y el mar crucificado en el aljibe.
Me duele ser tan sola
en la tarde inconclusa todavía;
pero tengo, no sé, un hábito de ola
y una luna borrada de alegría.
Habrá que perdonarme la tristeza
malograda en los ojos,
esta boca mendiga que bosteza
su aburrimiento de canarios rojos,
el insomnio recluso en las ojeras,
el trigo que me crece cada día,
la tímida salud de mis caderas
y el cabello color del mediodía.
Habrá que asesinarme la estatura
y el vértice de asombros:
yo vivo más acá de mi cintura,
a veces me he cansado de los hombros.
Pero cada mañana resucito
con el mismo disgusto:
¡Cómo estorba esta carne que hoy habito
para apearme el corazón del busto!
Que no conozcan mi aptitud de lluvia...
Quiero ser solo esa muchacha pobre,
esa muchacha rubia
parecida a la yerba, al pan y al cobre.
Si debo pasear por el hastío
mi inútil equipaje,
este vuelo si ala... ¿por qué es mío?
esta sangre sin voz...¿por qué la traje?
¡Ah, claro que es preciso
usar un rostro diario y sonreír...!
Este absurdo, terrible compromiso
de tener que vivir,
quizás también para la nube es triste...
Cansada de fingir
estoy sobre la tierra con la bruma
de todo lo que existe:
el horizonte, el árbol y la espuma;
yo no me sé morir.