Jorge Luis Borges

Mayo 20, 1928

Ahora es invulnerable como los dioses.

Nada en la tierra puede herirlo, ni el desamor de una mujer, ni la tisis, ni las ansiedades del verso, ni esa cosa blanca, la luna, que ya no tiene que fijar en palabras.

Camina lentamente bajo los tilos; mira las balaustradas y las puertas, no para recordarlas.

Ya sabe cuántas noches y cuántas mañanas le faltan.

Su voluntad le ha impuesto una disciplina precisa. Hará determinados actos, cruzará previstas esquinas, tocará un árbol o una reja, para que el porvenir sea tan irrevocable como el pasado.

Obra de esa manera para que el hecho que desea y que teme no sea otra cosa que el término final de una serie.

Camina por la calle 49; piensa que nunca atravesará tal o cual zaguán lateral.

Sin que lo sospecharan, se ha despedido ya de muchos amigos.

Piensa lo que nunca sabrá, si el día siguiente será un día de lluvia.

Se cruza con un conocido y le hace una broma. Sabe que este episodio será, durante algún tiempo, una anécdota.

Ahora es invulnerable como los muertos.

En la hora fijada, subirá por unos escalones de mármol. (Esto perdurará en la memoria de otros.)

Bajará al lavatorio; en el piso ajedrezado el agua borrará muy pronto la sangre. El espejo lo aguarda.

Se alisará el pelo, se ajustará el nudo de la corbata (siempre fue un poco dandy, como cuadra a un joven poeta) y tratará de imaginar que el otro, el del cristal, ejecuta los actos y que él, su doble, los repite. La mano no le temblará cuando ocurra el último. Dócilmente, mágicamente, ya habrá apoyado el arma contra la sien.

Así, lo creo, sucedieron las cosas.

Escrito motivado por el suicidio del poeta Francisco Lopez Merino. El siguiente texto también fue escrito por Borges después de la muerte de Lopez Merino.

"A Francisco Lopez Merino"

Si te cubriste, por deliberada mano, de muerte, si tu voluntad fue rehusar todas las mañanas del mundo, es inútil que palabras rechazadas te soliciten, predestinadas a imposibilidad y derrota.

Sólo nos queda entonces decir el deshonor de las rosas que no supieron demorarte, el oprobio del día que te permitió el balazo y el fin.

¿Qué sabrá oponer nuestra voz a lo confirmado por la disolución, la lágrima, el mármol? Pero hay ternuras que por ninguna muerte son menos: las íntimas, indescifrables noticias que nos cuenta la música, la patria que condesciende a higueras y aljibe, la gravitación del amor, que nos justifica.

Pienso en ellas y pienso también, amigo escondido, que tal vez a imagen de la predilección, obramos la muerte, que la supiste de campanas, niña y graciosa, hermana de tu aplicada letra de colegial, y que hubieras querido distraerte en ellas como en un sueño.

Si esto es verdad y si cuando el tiempo nos deja, nos queda un sedimento de eternidad, un gusto del mundo, entonces es ligera tu muerte, como los versos en que siempre estás esperándonos, entonces no profanarán tu tiniebla estas amistades que invocan.

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