La frase «un novelista alemán» es casi una contradicción, ya que Alemania, tan rica en organizadores de la metafísica, en poetas líricos, en eruditos, en profetas y en traductores, es notoriamente pobre en novelas. La obra de León Feuchtwanger es una infracción de esa norma.
Feuchtwanger nació en Munich, a principios de 1884. No se puede decir que está enamorado de su ciudad natal. «Su ubicación, sus bibliotecas, sus galerías, su carnaval y su cerveza son lo mejor que tiene», ha dicho alguna vez. «En cuanto a lo que se llama su arte», agrega con alguna ferocidad, «está representado oficialmente por una institución académica, mantenida con fines de turismo por una población de alcoholistas». Feuchtwanger, ya se ve, no desconoce el arte de injuriar.
Feuchtwanger hizo sus primeros estudios en Munich y dedicó un par de años en Berlín a la filosofía. Regresó en 1905 a Baviera y fundó una sociedad literaria de propósito renovador. Borroneó entonces una pretenciosa novela de la que ahora se arrepiente, que describía con toda franqueza la vida de un muchacho aristócrata, y una tragedia no menos deplorable «sobre los amores de un pintor del Renacimiento y una mujer demoníaca».
En 1912 se casó. En agosto de 1914 la guerra lo sorprendió en Túnez. Las autoridades francesas lo arrestaron, pero su mujer —Martha Loeffler—lo embarcó en un vapor de carga italiano, y pudo repatriarse. Se enroló y conoció de cerca la guerra. En octubre de 1914 publicó en la revista «Die Schau buchne» uno de los primeros poemas revolucionarios que se compusieron en Alemania. Publicó después Warren Hastings, tragedia cuyo héroe es aquel apasionado escribiente que llegó a ser gobernador de la India; Thomas Wendt, novela dramática, y una pieza, Los prisioneros de guerra, cuya representación fue prohibida. Tradujo del griego la comedia aristofánica La paz, comedia en que aparecen los dioses machacando en un mortero a los hombres y encerrando a la diosa de la paz en el fondo de una cisterna. Esa comedia (compuesta hace dos mil trescientos años) era demasiado «actual» en 1916 para que el gobierno permitiera su representación. Lógicamente la prohibió.
Las dos novelas capitales de Feuchtwanger son El judío SuessyLa duquesa fea. Ambas comprenden, no solamente la psicología y destino de sus protagonistas, sino un cuadro total, minucioso y apasionado de la compleja Europa en que ardieron sus enredadas vidas. Ambas son torrenciales, ambas arrebatan al lector y hasta parecen (por el pulso incesante de su prosa) haber arrebatado al autor. Son novelas históricas, pero nada tienen que ver con el laborioso arcaísmo y con el opresivo bric-á-brac que hace intolerable ese género.
En 1929 publicó un libro de poemas satíricos, no muy felices, sobre los Estados Unidos. Le dijeron que no había estado nunca en América; respondió que tampoco había estado en el siglo dieciocho, y que esa deplorable omisión (que tenía el propósito de corregir en cuanto pudiera) no le había impedido escribir El judío Suess. A fines de 1930 publicó Éxito. Se trata de una novela contemporánea, pero todo está visto y recordado desde el futuro.
Revista Hogar, 13 de noviembre de 1936