Portrait of Herman Melville, by Joseph Oriel Eaton
Jorge Luis Borges

Herman Melville

Siempre lo cercó el mar de sus mayores,
los sajones, que al mar dieron el nombre
ruta de la ballena, en que se aúnan
las dos enormes cosas, la ballena
y los mares que largamente surca.
Siempre fue suyo el mar. Cuando sus ojos
vieron en alta mar las grandes aguas
ya lo había anhelado y poseído
en aquel otro mar, que es la Escritura,
o en el dintorno de los arquetipos.
Hombre, se dio a los mares del planeta
y a las agotadoras singladuras
y conoció el arpón enrojecido
por Leviathán y la rayada arena
y el olor de las noches y del alba
y el horizonte en que el azar acecha
y la felicidad de ser valiente
y el gusto, al fin, de divisar a Ítaca.
Debelador del mar, pisó la tierra
firme que es la raíz de las montañas
y en la que marca un vago derrotero,
quieta en el tiempo, una dormida brújula.
A la heredada sombra de los huertos,
Melville cruza las tardes de New England
pero lo habita el mar. Es el oprobio
del mutilado capitán del Pequod,
el mar indescifrable y las borrascas
y la abominación de la blancura.
Es el gran libro. Es el azul Proteo.
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