Toma mi oro, pasajero, y tú,
no importa qué mujer, mi juventud.
Pues toda la riqueza más querida,
mi riqueza mejor, está perdida.
Y todo lo demás no importa nada:
igual cosa es la hoja marchitada.
Bellos ojos que amé no veré más;
sus ojos no me mirarán jamás.
¿Vivir? ¡qué pobre y miserable cosa!
¡Que se lleve quien quiera lo que soy:
nada es bello ni bueno desde hoy!
Ya no salen estrellas ni la rosa
florece, pues sus ojos he perdido.
¡Si ya no sé vivir!: ella se ha ido.