Si yo nací para más alta empresa
que arrojar el honor de mis deseos
a los ligeros pies de una belleza,
como se echaba el guante en los torneos,
me avergüenza mirarme en este instante
aperezado en la amorosa idea,
y mientras el espíritu oscilante,
sin sufrir por los otros, nada crea.
Pero si yo nací para ir siguiendo
como en un valle de silencio y calma,
el fuego fatuo que yo mismo enciendo,
déjame con la frente pensativa
contemplando en el prado de mi alma
la estela de la llama fugitiva.