II
Majestuosos, sombríos, colosales,
eucaliptos vibrantes en el viento,
protegiendo en las tardes otoñales
la humildad del camino ceniciento
por donde yo he pasado tantas veces...
A vuestra sombra alzábanse los lirios
como una pura elevación de preces.
¡Sombra que ha serenado mis delirios!
¡Oh, cuántas veces como yo pasaba,
pálido y solitario, y recordaba
lo que entonces podía llamar mío!
No os podría ver más, sombras gigantes...
Aunque dentro de mí llevo como antes
majestuoso dolor, grande y sombrío.