Gertrudis Gómez de Avellaneda

A la felicidad

«...Mon ame est lasse du vide offreux que la remplit».
(Lamartine)

   ¡Misteriosa deidad! ¡Numen sagrado;
A quien sus votos férvidos dirige
A par del hombre que un imperio rige
El mendigo y el siervo miserable!
¡Felicidad! mi pecho devorado
De una necesidad fatigadora,
Convulso, triste, con afán ardiente
Tu nombre canta, tu favor implora.
   Lánguida inclino la marchita frente,
Cual flor que agosta el abrasado estío,
Midiendo de pavor estremecida
Este inmenso vacío,
Que en plenitud de vida,
De fuerza y de calor el alma siente.
¡Tú le puedes llenar! ¡tú sola, inmensa,
Sin límites cual él: ¡oh! ven, respire
Aura de dicha mi agitado pecho
Un momento no más, y luego expire!
¿Tu asilo ocultas, dime, por ventura
En soledad profunda, silenciosa,
Donde naturaleza agreste y pura
Revela tu existencia misteriosa?...
Un tiempo lo pensara, y en los campos
Busqué la soledad, la dulce calma;
Que en vano intenta el hombre
Hallar del mundo en el bullicio insano:
Allá invoqué tu nombre
Y alcanzarte pensé: ¡delirio vano!
Su silencio profundo, su reposo
Con mi agitado corazón formaba
Un contraste horroroso.
Y con sus galas y esplendor natura
Mis penas aumentaba,
Creyendo en mi amargura
Que con sarcasmo mudo me insultaba.
 
¡Felicidad! también tu nombre sacro
En ciudades grandiosas otro día
Osara pronunciar, ¡y allí encontrarte
Incauta presumía!
¡Ayl solo viera un yerto simulacro
Cercado de ilusiones,
Que, al través de su prisma, las pasiones 1
Contigo confundían: un momento
Los hombres fascinados
Te rindieron humildes oblaciones,
Ante el bello fantasma posternados:
Mas luego el tiempo, destructor impío,
Al ídolo embustero
Lanzaba de tu altar, y más severo,
Y más horrible el desengaño frío
Allí se alzara pálido y sombrío.
 
                         * * *
 
También un tiempo mi entusiasmo puro
Con sueños de inocencia alimentaba,
Y cual ofrece su fragante cáliz
Temprana rosa al aura matutina,
Mi corazón de niña presentaba
De un tierno amor a la ilusión divina.
En delirio dulcísimo creyera
Que tu asilo feliz y misterioso,
 
Tu mansión lisonjera,
Eran dos corazones tiernos, fieles,
Que un amor venturoso
Unido hubiese en duraderos lazos,
Y en su llama sagrada
Encendidos a par, acá en la tierra
Del cielo los placeres disfrutasen.
¡Felicidad! clamaba, allí te agrada
Fijar tu trono refulgente y bello
Grabando en ambos tu sublime sello.
¡Perfidia, falsedad, celos, dolores!...
¡Yo no pensara, no, que en los amores
Mezclasen ¡ay! su aliento emponzoñado!
Mas lució la verdad: vi disipada
Mi sueño encantador a sus reflejos,
Y cual ser en la tierra peregrino
Soñé yo sola aquel amor divino.
 
                         * * *
 
De la amistad al sacrosanto nombre
Mi corazón ardiente palpitaba,
Y allí placer, felicidad buscaba
Donde este nombre celestial se oía.
¡Aun era sueño aquél! la pasión pura,
La sublime amistad, tal vez el cielo
Reserva entre sus goces inefables;
Y tan alta ventura
Negar le plugo a seres miserables.
Así su nombre, su precioso nombre
Que a la tierra llegó fue profanado,
Y una, y mil veces de irrisión sirviera
O de máscara hipócrita al malvado.
 
                         * * *
 
De la fuente ¡ay de mí! del sentimiento
Esperando ventura,
Una vez, y otra vez recogí llanto,
Y el instinto secreto
Que a buscarla do quier me conducía,
Prolongando mi débil esperanza
Con importuno acento me decía:
 
«Solo la dicha alcanza
Aquél que anima poderoso genio,
Y a la gloria se lanza,
De la envidia, a despecho y sus furores,
Como el águila altiva, que arrostrando
Las tempestades, con osado vuelo
Se eleva audaz a la región del cielo».
Al escucharle, el pecho palpitaba;
Y repentino, misterioso fuego,
Por mis venas, ardiendo circulaba.
Con fe sincera y entusiasmo ciego
¡Páginas inmortales! exclamaba:
¡Fulgentes rasgos! ¡creación sublime
Del dulcísimo Taso! habréis labrado
Vosotras solas su feliz destino,
Si al genio y a la gloria
Estuvo por el cielo reservado.
¡Mas crudo desengaño! ¡cruel memoria!
Tú, vate sin igual, genio divino,
Tú, Taso desdichado,
De la vida por áspero camino,
Cual sombra melancólica pasaste
Apurando la copa de amargura
Que en tu enérgica mente
La sacra llama convirtió en locura,
Y tú también, desventurada Safo!...
El llanto baña mi oprimido pecho
Al pronunciar, mujer, tu nombre triste,
Y al genio en mi despecho
Cual don funesto de dolor maldigo.
Musa de Lesbos proclamada fuiste;
Cual astuto enemigo
Te halagaba la fama, y a tu lira
Que escuchaba la Grecia embelesada
Una corona de laurel estéril
Por la posteridad fue consagrada.
Pero ¿fuiste feliz?... ¿pudo la gloria
Tu grande alma llenar?... Leucades dilo:
¡Tú que la diste entre las ondas fieras
Un espantoso asilo!...
 
En donde pues, felicidad del alma,
¿Dónde buscarte ya?... tal vez la tumba...
¡Ah! ¡no, no: la virtud! plácida calma
Ella sola me ofrece: no sucumba
Mi ardiente corazón al desaliento
Que nubla ya mi juventud florida:
Si no es al hombre nunca concedida
La ventura cabal en este suelo,
La virtud, resignada
A los males forzosos de la vida,
Opone su constancia inalterable,
Y al cielo mira con serena frente,
Desdeñando del mundo miserable
Beber placer en corrompida fuente.

1840

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