Aurelia Castillo

Piropos a la redondilla

En tus cuatro versos octosílabos y rimados puede encerrarse toda la gama de las emociones.

Eres venerable por antigüedad; eres ligera como pluma de edredón; tienes la gracia que seduce y se prende a los corazones.

Tú no temes novedades de metros extensos y magníficos. En ellos se complacen los eruditos. En ti se complacen todos.

Tú puedes ser elegiaca y arrancar lágrimas; tú puedes, alocada, vibrar en la jota andaluza.

Tú eres patrimonio de las masas populares. En sus labios quedas a veces desfigurada, difícil de ser reconocida. Es que te conocen desde la cuna y te tratan con inconsiderada pero cariñosísima confianza.

Tú prestas al diálogo tu flexibilidad juguetona en la vena próvida de un Bretón, de un Hartzembush.

La décima, igualmente amada, es una prolongación tuya.

Tú puedes ser obra maestra en La cena de un Baltasar de Alcázar.

Las madres te han escogido para arrullar a sus hijos; los vates improvisadores para alegrar festines.

La sal del epigrama cae sobre ti y te abrillanta.

Al amor le has dado todos tus jugos, todos tus matices, todos tus tonos, desde el ¡ay! lacerante de la desconfianza, de la timidez, desde el bramido de los celos, hasta la aleluya de la victoria...

Eres luminosa y sombría, pues lo mismo te inspira el Sol radioso y quemante que la noche envuelta en crespones

No temas nada. Tú estás pegada a las almas con savia de seculares bosques, con migas de pan casero, con añejos vinos, con leche materna.

Enero 9, 1919.

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